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Veranos (V)

En el setenta y cinco fuimos a Buenos Aires a pasar unos días con los abuelos. De ahí, para  la playa, de prestado, donde una tía vieja. El verano era cruel, húmedo y caliente, y la siesta difícil, cuando no inexistente. Descubríamos rincones, escarbábamos el patio. Jugábamos. En los pocos momentos, de tranquilidad y calma (que eran una pausa para tomar nuevo impulso) dormíamos en la que había sido, la habitación del bisabuelo. Era oscura y pequeña. llena de cosa viejas: un balero, algún trompo, diarios y sifones, y libros, muchos libros. Sobre todo libros. Y ahí en alguna tarde, o quizás por la noche descubrí la poesía, leída por mi abuela, con su voz clara y dulce, recitado, enseñando… Todavía resuena el eco de esos versos, que  hoy encuentro manidos, muy usados, gastados pero la intimidad del momento no la cambio por nada.

Veranos IV

A veces en verano íbamos al río. A orillas del San Antonio, llevábamos las sillas, y los sandwiches y libros (yo no los llevaba, sino mi padre). Mientras los chicos cavábamos la arena los grandes tomaban mate y leían. Discutían, de política o de libros o recetas de cocina. Eran sus juegos. ¿Cuántas veces he visto sobre la lona. al lado del queso y el fiambre, la introducción al budismo zen que mi padre jamás  terminaba de leer? Si alguna vez la empezó… Eran tiempos jóvenes y buenos, o quizás así los recuerdo. Si fueron crudos y terribles los grandes no dejaron que nos enteráramos. Y está bien así. Fuimos niños felices que abrazaban los reflejos en el agua. A lo mejor, pienso ahora, las lecturas de Li Tai Po de mi padre, se filtraban a los juegos. Y fuimos zen por un instante.

Joshúa

Según Flavio Josefo existió un tal Joshúa que murió en Palestina crucificado, y según sus amigos regresó a los tres días. “Su conducta era buena y era virtuoso…. sus discípulos no lo abandonaron”, y no dice mucho más. El resto es duda. Luego vinieron las interpolaciones y agregados, los edificios y los dogmas. Las persecuciones: a veces perseguidos, otras perseguidores. No imaginó Josefo que el entonces Imperio sería reemplazado por otro, y luego otros, tanto o más sanguinarios, y enormes, y crueles. Mientras tanto, de Joshúa, y su hermano Jacobo, nos quedaron apenas versiones, leyendas, sobre estos judíos y su grupo. Y su lucha contra Herodes, Pilatos y Tiberio es, a veces, un relato, extraño y retorcido que justificó a las Romas que siguieron.

Veranos (III)

El setenta y seis fue un año regular y el setenta y siete fue malo. Mis  padres trataban de no hundirse  en la crisis. Mis abuelos se morían. El país hacía esas  dos cosas. Sin embargo, a pesar de las dictaduras, los infartos y los cánceres; los exilios forzados y los presos políticos, salimos de vacaciones a las sierras. Y recuerdo el calor y los lagartos, las piletas con sapos y los perros, una vaca carneada en la vereda, y un asado; y sopa de gallina, y noches alumbradas por candelas. A los pocos días retornamos a la normalidad de Córdoba  y el miedo. Al poco dinero,  y la incerteza. Y, con todo,  el verano fue bueno, se los juro.

Verbo

En un principio era el verbo dijo el hombre al crear a dios e inventó el tiempo y las conjugaciones. Luego vino Babel y la confusión, y las lenguas y las identidades, y los gramáticos y académicos. Las academias trajeron modelos y regularidades. Amar, temer, partir, recitados frente a las profesoras, anticipándonos a lo irremediable: todos hemos amado, tememos, e inevitablemente vamos a partir

Veranos (II)

Íbamos al río a cazar lagartijas o a buscar cañas para armar  barriletes. O cazabamos ratas. Éramos la banda que esquivaba la siesta. Las sombras eran cortas, el sol caía a plomo sobre las cabezas. El mundo era sencillo como las estaciones. El otoño llegaría pero no me importaba: Un nuevo verano siempre me esperaba. Ya no estoy tan seguro. No hay más  lagartijas, ni ratas, ni cañas. El río es un canal en medio del asfalto. Y aún las estaciones ya no son  tan certeras. Los inviernos son  largos. Los veranos son cortos

Veranos

Si quisiera escribir un poema festivo contando los veranos lejanos de la infancia  y hablar  allí de frutas y calor, mentiría; quizás sería más cierto hablar de juegos  y de arroyos, mezclados con retazos de las charlas de adultos hablando de crisis y de muertes, de exilios y de presos. De pasar una ruta cuajada de carteles que avisaban terminantes “No se detenga, centinela abrirá fuego” Crecimos  y creímos que el horror terminaba. Llegaron los veranos de feliz inconsciencia. Los llamamos “Los dorados Ochentas” Nos fuimos a las playas. Formamos manadas  de muchachos. Tocamos la guitarra, cantamos y esperamos el futuro. Y sin embargo, también en el verano el pasado volvía.O bien levantamientos, o bien  asesinatos. El diario nos traía a un mundo conocido, ya viejo y agotado, de broncas y peleas, de corrupción y estafa, de arengas y de miedo. El mundo no ha cambiado: tan solo otro verano se acerca inevitable. El lago sigue sucio. El l

Dublín (2)

¿Qué hora es ahora en Dublín? ¿Cómo estará el tiempo? ¿Llueve? ¿Qué hará el hombre que me habló  en español en Sweny’s, juntando  por un momento a Joyce con Argentina? —Los jueves y los sábados se lee el Ulises (dos veces el sábado, a la tarde en francés). los martes y viernes Dublineses— ,  me contaba, antes de decirme, risueño, que tuvo un amorío con Corina Kavanagh (lo cual es imposible). Debe ser otoño, quizás esté lloviendo. Hindúes y rumanos irán por Capel Street buscándose una vida muy lejos de sus casas. Igual que la peruana que atendía en Burger King y se negaba a hablarme en castellano. ¿Qué lugar es ahora Dublín? Es todos y ninguno. Es un deseo de un lugar distinto, es una arcadia o un infierno. Un puerto del que irse o regresar. Un laberinto, un espejo, un tigre, una cita de Borges, un vikingo, nada.

Ars Obscura (Nocturno nº 10)

¿Estarás todavía en el centro de la noche  esperando la luna para juntar mandrágoras? Macbeth o cualquier hombre podría interrumpirte. El día traerá hambre y más hambre, como siempre. Y traerá otros días, y meses, y estaciones, de siembra, de cosecha, de vidas y de muertes. Y estarás sola, conjurando astros, recogiendo hierbas, preparando la tierra, asistiendo a los partos, de otras, nunca el tuyo. Cuando quieran llevarte, arrastrarte a la plaza, clavarte con agujas, arrancarte la piel y quemarte en la hoguera, de pie en el patíbulo te reirás con fuerza, sabiendo que la noche (cualquier noche, quizás esta misma) te traerá de vuelta, para juntar mandrágoras.

El aire de la noche (nocturno 9)

El aire de la noche empieza a oler distinto anunciando una primavera demorada. A la madrugada truena y refucila. Nos vamos despidiendo del invierno esperando un tiempo mejor y más benigno: como todos los años, anhelamos en vano. El verano llegará, y después otro otoño, y seguiremos así, hasta el cansancio o la muerte, que son casi lo mismo.

Nocturno número 8

I Debajo de la piel están los músculos y más abajo aún bailan mis huesos, haciendo una extraña música de ruidos celebrando que llego a los cincuenta. Ya no seré más joven ni tendré otra vez el tiempo por delante. Y no habrá para mí oportunidades infinitas. Ni noches en el pasto esperando el paso de un cometa. Y sin embargo no extraño la niñez:  se me hace ajena, como mirada  en una pantalla de cine. Como si fuera la vida de otro. No la mía. II A los ocho años volvía solo a casa. Era la tarde, y salía de clases. Delante de mí, una vieja muy pequeña caminaba, arrastrando los pies. No vi más que sus piernas, flacas, sucias, con las medias rotas y corridas, parecía que la carne y la piel se desprendían y caían en rollos hacia abajo. No recuerdo más. Tan solo el asco. Me inquietaba la visión del abandono, la pobreza, la indolencia, la mugre.  Sin embargo, esa imagen me persigue. III Años después he visto muchas cosas, sino

Dublín (1)

Un brazo seco y muerto en una vitrina es lo único que queda de alguien  que vivió cerca de la turbera. Mientras camino por Dublín me sigue la imagen de ese brazo perdido separado para siempre de su cuerpo. ¿Cuántas veces habrá esa mano rascado una cabeza incrédula, de un campesino o un guerrero? ¿Cómo llegó hasta nosotros? ¿Por qué azar del tiempo este brazo huérfano cayó a la ciénaga donde lo encontraron, crispado, correoso, tratando todavía de resistir un golpe criminal? Camino rápido. El frío me traspasa. Me esperan en el centro para  volver a casa. Afuera del museo,  debajo de mis pies siento el asfalto. Más abajo, están los cuerpos  de otros hombres. Sepultados, asesinados por vikingos o ingleses. Esperando pacientes el fin de los tiempos, cuando un cuerpo manco, se encuentre con el brazo del museo.Camino sobre muertos, y a cada paso escucho, muy bajo, sus murmullos.

El silencio (Nocturnos 7)

El silencio después del portazo, el olor del aire justo antes del trueno, el zumbido en los oídos después de ser golpeado por la ola, el tiempo suspendido del enojo, la boca pastosa por la sed o el hambre, el dolor de los músculos cansados, las manos hinchadas, doloridas, la desazón, la bronca, la ignorancia no son nada más que indicios de tu ausencia, de tu falta, de la necesidad de tenerte al lado y hablarte hasta cansarte, de hartarte de palabras y de ruidos, de llenar un espacio que se abre y amenaza con tragarme y con tragarnos, como si toda la materia de este mundo me recordara cuanto me hacés falta.

Otro Poema (Nocturnos 6).

“Otro poema”, me digo mientras rebusco y releo los libros apilados y sucios de Montale, de Heaney de Keats y Maiacovsky ¿Otro poema? ¿Por qué? ¿Acaso escribir resolverá alguno de los muchos conflictos.? “Un hilo se  devana…” , me respondo. Otro poema. Si. No otro cualquiera. Uno que levante los muertos. Que avive la rabia y el amor. Que despierte un golem. Otro poema que martille, que cante, que grite, que murmure o musite. Que te hable al oído, que te mate o te sane. Otro poema, otro poema, otro poema, otro poema.