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La novia del guerrero (31 – epílogo)

La noche anterior al día de la presentación del libro Liliana había dejado planeado todos los detalles del desayuno. Como mantenía la creencia de que el comienzo de la jornada era determinante de lo que seguía, se aseguró de tener todo lo que necesitaba para regalarse un desayuno a la altura de sus expectativas. Llegó incluso a abrir el tarro de mermelada antes de acostarse, para asegurarse de que por la mañana nada fuera difícil o trabajoso. El despertador del teléfono sonó a la hora precisa. Se levantó. Caminó al baño y miró el living. Vio como por las ventanas entraba el sol. Todo iba bien. Cuando llegó frente al espejo se tomó unos minutos para revisar el estado de la rosácea. La cara no estaba congestionada así que se maquilló poco. Fue para la cocina. Estaba contenta. El momento de reconocimiento público, la gloria que tanto se le había negado, estaba por llegar. Había leído las pruebas de imprenta y sentía que nada podía salir mal. El trabajo en la escuela fue tranquilo. Adem

La novia del guerrero (30)

La caja era de madera y no más larga que un brazo. Liliana la había tapado con una manta de patchwork y almohadones. Podía pasar por un objeto decorativo cualquiera. Pero para Liliana no. Para ella la era un compromiso con César Carlos. Él personalmente  la había traído. Habían acordado un horario en que Liliana iba a estar sola en la casa. El Rengo llegó puntualmente manejando un Opel celeste. Liliana casi no lo reconoció. Había algo en la mirada y los gestos de su amigo que se había perdido. Faltaba la ilusión y la picardía del día en que para salvarla de la lección oral se hizo sancionar por la “pito gordo”. El encuentro fue breve. Se bajó del auto, sacó la caja del baúl y se acercó a la puerta de la casa. No llegó a tocar el timbre porque Liliana abrió antes. Había estado esperando al lado de la ventana. —Quedate adentro. El Rengo ni siquiera le dijo “hola”. Entró con la caja en las manos y la puso sobre la mesa. —Hola César. —Tenés que tener esto escondido. —¿Qué tiene? —C

La novia del guerrero (29)

Los días que siguieron a la conversación  con Tito fueron tranquilos. Liliana los vivió en un estado de semi ensoñación literaria. Pasaba todo un día marchando a la hoguera como John Proctor, al grito de “creo vislumbrar un pedacito de bondad, no es lo suficientemente grande para tejer una bandera, pero es lo bastante grande como para dársela a los perros”. Al día siguiente era Tess D’Uberville: noble e ignorante, engañada y violada, luego rescatada y amada, repudiada, prostituida y encarcelada. Se regodeaba en sus fantasías heroicas y anhelaba que llegara el momento en que Monti presentara el libro para que emergiera rodeado de gloria, el personaje que ella merecía ser. En este proceso de construcción de su mito personal, empezó a creer que había tenido una relación de pareja con Tito; fugaz, tempestuosa y condenada por siempre al fracaso por la presencia desmesurada del recuerdo del Rengo. En esta nueva visión de las cosas, El licenciado Alberto, destacada personalidad de la Faculta

La novia del guerrero (28)

Tanto las fiestas como el verano habían pasado sin pena ni gloria. El señor Petrini gastaba el tiempo de las vacaciones comparando cuantos muertos más consignaba el diario de la tarde respecto del de la mañana. Doña Nélida, hablaba con doña Cora, se refería con groserías a sus cuñados y desconfiaba de Elenita y Carmen. El control sobre su hija había vuelto a ser laxo porque Liliana misma había reducido sus salidas. La Susy la pasaba también recluida en su casa, bajo la mirada atenta de su madre, y Tito se había ido con sus padres a Santa Teresita. Moncho estaba más ocupado. Con el apoyo de su padre, que según el Rengo "era de la pesada", había empezado a militar en la Juventud Sindical Peronista. En cuanto Cacho se enteró le retiró el saludo. Raquel se había puesto de novia con un chico judío como ella, que pasaba discos en una boîte  de Río Ceballos. Las pocas veces que Liliana había intentado hablarle por teléfono estaba durmiendo. Del Rengo no se sabía nada. Después de la

La novia del guerrero (27)

El cerco. Antes de lo que pasó el primero de mayo, cada vez que Perón hablaba para decir exactamente lo contrario de lo que  había prometido cuando no estaba en el país, el Rengo hablaba del “cerco”. Liliana, en aquel momento no entendía. Con el tiempo, las palabras que le daban sentido a una época se fueron olvidando para dar lugar a otras. Así, a medida que los años pasaban, Liliana había escuchado o dicho cosas como “socialismo nacional”, “ser nacional”, “soberanía”, “tercer movimiento histórico”, “revolución productiva”, “salariazo”, “uno a uno”, “cacerolazo”, “corralito”, “condenados al éxito”, y, como si una noria completara su giro, de nuevo “socialismo nacional”. Sin embargo, la palabra que ahora volvía una y otra vez a la cabeza de Liliana era “cerco”. Unos días después del café con Raquel se le formó la imagen en la cabeza. Estaba en su casa con el televisor prendido, con el único fin de tener algún ruido que la distrajera. En algún momento empezó a prestar atención a una vo

La novia del guerrero (26)

A veces Liliana tenía la sensación de que todas las conversaciones convergían en un mismo asunto, o de que las circunstancias operaban de una manera inextricable pero con un sentido. El Rengo se reía de ella cuando comentaba esa sensación, y le decía que el problema  no eran los datos de la realidad, sino la carencia de instrumentos de interpretación y transformación. De todas maneras, la segunda mitad del año 74 estuvo llena de momentos de lo que Liliana catalogaba como señales , y el Rengo como datos objetivos . Por ejemplo, las circunstancias que fueron llevando al abandono de la formación política.En un lapso asombrosamente breve se fueron dando una serie de incidentes que dieron por terminada la militancia. Primero fue la insistecia de doña Cora, la vecina de la esquina de su cuadra. Doña Nélida y doña Cora solían tener largas conversaciones itinerantes, que empezaban en el mercado, seguían en el almacén, y terminaban, mate mediante, en la cocina de la casa de alguna de ellas. El

la novia del guerrero (25)

—No se de qué hablás. —Si sabés, dejá de hacerte la pelotuda que te conozco desde los doce años. —Lo que faltaba: me invitan para agredirme. —¡Pero si llamaste vos! ¿O habrá sido tu gemela malvada? Liliana no pudo contestar. Era cierto. Ella había llamado a Raquel para tener con quién hablar. Sin saber como seguir, se quedó parada delante de la mesa mientras pensaba mil cosas distintas: en como estaría la rosácea, en la falta que le hacía en ese momento la Susy para que jugara el papel de pelele, en las veces que había logrado salir airosa, por ejemplo, con la inspectora. Seguía ensimismada cuando escuchó la voz de Raquel, en un tono discreto pero terminante: —Ahí viene el mozo para atendernos. Te vas o te sentás. Si hacés el jueguito del escándalo, te juro que te arranco la cabeza. Se sentó. Muy pocas veces había visto a su amiga con ese ánimo. —Buenas tardes. ¿Puedo tomarles el pedido ahora? —Si querido, —dijo Raquel—, traeme un cortado y un alfajor de maicena. ¿Vos Liliana?

La novia del guerrero (24)

—¿ Nom de guerre ? —Si. ¿Nunca escuchaste esa expresión? Liliana trató de repasar todo lo debía haber aprendido en el curso de formación política pero no lograba conectar con ningún significado. Recuperaba frases aisladas como "condiciones objetivas". "vanguardia", "proletariado", "lucha de clases", y "18 brumario"; pero ninguna se correspondía con lo que le decía Ramirez. Además tenía la certeza de que si efectivamente le hubieran dicho algo en francés, el odio que sentía hacia Madame Berazategui le hubiera impedido olvidarlo. —No, la verdad es que no. Al contestarle a Ramirez aprovechó para mirarlo primero a los ojos y luego bajar la cabeza haciéndose la avergonzada. Según su prima Carmen, a los muchacho les gustaban las ingenuas, y ese gesto era prácticamente irresistible. Mientras trataba de encontrar un punto final para este ademán, se preguntó por qué Elenita y Carmen siempre que hablaban utilizaban muchos adverbios: "fin

La novia del guerrero (23)

El regreso al trabajo pudo haber sido peor. No llegó a ser todo lo malo que Liliana esperaba. Después de todo, la Directora evitaba hablarle desde la visita de la inspectora; y la secretaria no era simpática con nadie en particular; así que la cara de disgusto con la que recibió el certificado médico de Liliana no estaba dirigida en contra de ella. Como estaba obligada a cumplir con su trabajo, Liliana trató de mantenerse a flote. Sabía que la controlaban, y que los alumnos ni la defendían ni la querían. De todas maneras, jamás había interpretado que hubiera una relación entre el rechazo que generaba y su hacer docente, sino que lo atribuía a la necedad de los otros, tanto alumnos, como colegas y directivos. No lograba salir de la sensación de angustia y estancamiento. Necesitaba mantenerse afuera de su casa porque la aterrorizaba la posibilidad de atender el teléfono, y que Sibila o Alberto le pidieran explicaciones. Con su hija era más fácil porque con darle señales de vida por men

La novia del guerrero (22)

Mayo había sido un mes agitado. Aunque Liliana se esforzaba en aprender, el Rengo no parecía impresionado. Es más, desde que había pasado lo de la Plaza de Mayo, el día primero, entre Perón y la JP, César Carlos evitaba hablar de política; o por lo menos lo evitaba con ella, porque una mañana temprano lo cruzó en la escuela, cerca de la Sala de Profesores, conversando con Madame Berazategui, y alcanzó a escuchar las palabras “vanguardia”, “fuerzas populares”, “reacción” y “cerco”. Liliana no llegó a entender de qué hablaban así que en el recreo que seguía a la hora de música encaró a su compañero. Al Rengo no le gustaba que le hicieran preguntas, así que, visiblemente molesto le dijo que en el nivel de formación política en el que ella estaba le iba a ser muy difícil entender los avances y retrocesos de las luchas populares. Después, con un tono condescendiente e irritante pasó a explicarle que el “viejo” (a Liliana le pareció que referirse al Presidente de la Nación como “viejo” era

La novia del guerrero (21)

Casi dos días enteros sin salir del departamento y las cosas no hacían más que empeorar. La mañana del primer día no reaccionó al sonido del despertador y decidió llamar al colegio y dar parte de enferma. La secretaria que la atendió le recordó una cantidad innecesaria de veces que tenía que conseguir un certificado y luego llamar a Reconocimientos Médicos de la Provincia, porque la Directora había pasado un memo interno indicando que no se justificaran más inasistencias por razones personales. Liliana intentó, no con demasiada fuerza y lejos de sus mejores momentos, contestar algo que pusiera en su lugar a la insolente; pero le cortaron sin más. Se quedó dormitando hasta el mediodía. Salió de la cama para responder el teléfono pero no llegó a tiempo. A través del contestador escuchó la voz de Sibila y decidió no atenderla. No tenía ánimo para escuchar más quejas. Esperó que su hija terminara de grabar el mensaje y se dispuso a  llamar a algún médico para que le extendiera el certifi

La novia del guerrero (20)

—Esto no es un club. —Ya me había dado cuenta. No soy tonta. —No me entendés, lo que te quiero decir es que no cualquiera entra en la agrupación. Con buenas intenciones no alcanza. —¿Y qué tendría que demostrarles? —Conocimiento para entender la realidad social y compromiso para transformarla. Liliana no contestó. Si hubiera podido, si se hubiera animado, le hubiera dicho al Renguito que el único compromiso al que ella aspiraba era el que se realizaba con un par de anillos, un novio, familia y amigos; pero ya le había escuchado alguna vez al Rengo, decir que que el matrimonio era una institución burguesa. Liliana no entendía muy bien que significaba eso, pero si lo decía el Rengo… Dejó que el silencio se extendiera unos segundos más y después dijo: —¿Entonces como hacemos? —Bueno, la agrupación dicta unos cursos de formación política. Tendrías que asistir. —¡Barbaro! ¿Cuándo empezamos? —No es así de fácil. Yo te aviso si podés ir. Liliana estaba asombrada de lo que había he

La novia del guerrero (19)

La segunda visita a barrio San Vicente había sido aún menos satisfactoria que la primera. Monti la había recibido envuelta en una robe de chambre de plush rosa que a Liliana le hizo recordar  tiendas desaparecidas hacía tiempo, como "Rosemary" o "Heredia Funcional". Lugares que su madre calificaba como "mersa". Además, Monti insistió en ofrecerle mate. Educadamente le contestó que no, pero esta vez no hubo oferta de té, o alguna otra alternativa. La conversación fue ríspida. A pesar de los modales edulcorados, Liliana notaba  la desconfianza de Monti. Podía leerla en sus gestos, en las pausas, en la forma deferente de objetar. No parecía agresiva, pero lo era de una manera sutil. La obligaba a revisar una y otra vez la secuencia de sus acciones: —¿Estás segura? —¿Cuándo fue que conociste a Fabio Ramirez? —Sin embargo Ana Ramirez cree que eso no pasó, o que no pasó en el 75... —Pero en ese momento, ¿vos estabas de novia con César Carlos? —Repetime por

La novia del guerrero (18)

De un año al otro habían cambiado muchas cosas. Las reuniones para fumar en la esquina se habían hecho cada vez más espaciadas hasta casi desaparecer. Liliana ya no encontraba emocionante dejar el cigarrillo colgando del labio. Tampoco le parecía una prueba de madurez, es más, le parecía el colmo de lo adolescente; y ella se consideraba por encima de esa etapa. Fogoneada por el interés en llamar la atención del Rengo, había decidido fortalecer su formación política. Al comienzo estaba un poco despistada, pero le daba vergüenza preguntarle a César Carlos por donde empezar. Pretendía presentarse ante él como una mujer con opinión, no como una nenita. Trató de comenzar por lo elemental, frecuentando la casa de Raquel. De la conversación que su amiga había tenido con la madre del Rengo, delante de la biblioteca, había podido saber que tenían muchos libros en común. Raquel miraba a su amiga con una curiosidad no desprovista de sorna. La veía como una mascota tratando de hacer pruebas.

La novia del guerrero (17)

Dejó  que el timbre del teléfono fijo sonara, con la esperanza de que, quien fuera que llamara, se hartara y colgara. Pero como siguió más allá del límite de su paciencia, finalmente atendió. —Hola. —¿Hablo con Liliana Petrini? —Si. ¿Quién habla? —Irina Monti. Yo estuve con vos… —Me acuerdo. —Perdón, ¿te hablo en un mal momento? —Para nada. ¿Por qué lo decís? —Bueno, tardaste mucho en atender. Ya casi colgaba. Además saludaste un poco parca. —No. —Bueno, ¿puedo hacerte unas consultas? —Me parece que en la entrevista te conté todo lo que necesitabas. —Bueno, si… pero…, me gustaría cotejar algunos detalles; porque a veces hay diferencias en  las versiones. —¿Qué? ¿Alguien te dijo que mentí? —No, para nada. Como voy a decir eso. Lo  que pasa es que… —Mirá, la Susy no se enteraba de nada porque vivía y vive en su nube de pedos, así que deberías dudar de ella, no de mi. —Si estás hablando de Susan Greenfield, te aclaro que ni llegué a hablar con ella porque