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Mostrando entradas de diciembre, 2015

Baigorria (17)

¿Cuánto es lo que un hombre en su sano juicio puede soportar? Mucho más de lo que uno cree. El problema no es “el problema” (según recuerdo, un cantante bastante ordinario que le gustaba escuchar al orate decía lo contrario) sino la acumulación de problemas. Una analogía: durante mi casamiento, Doña María Jaitkis, una de las muchas tías de Sara, se la pasó comiendo como si el fin del mundo fuera inminente. Cuando faltaban minutos para cortar la torta, la pobre vieja empezó a retorcerse como si estuviera poseída. La mitad de los convidados no se inmutó y siguió atacando la mesa, mientras el resto trataba de auxiliar a la mujer. Para que la celebración pudiera continuar, mi entonces amigo  Gómez, se las arregló para depositar a la señora en la guardia del Hospital Córdoba y volver a la fiesta. Al día siguiente, aprovechamos para visitar a la tía antes de partir al viaje de bodas. Doña María había sido intervenida de urgencia de cálculos biliares. A pesar de que, según ella, había estado

Baigorria (16)

Lo mejor que le puede pasar a uno cuando vuelve a su casa es que no haya nadie en la vereda. Que cada personaje del barrio esté ocupado en lo que le corresponde: el almacenero vendiendo, el mecánico arreglando, los nenes jugando, las viejas barriendo, y los ladrones imaginando como desvalijarte. Cada quién en su lugar. Si en cambio uno ve desde la esquina un grupo, grande o pequeño, no importa, a la altura de su puerta, significa que las cosas están entre mal y muy mal. Las llamadas perdidas de Rújale en el teléfono ya habían sido un aviso de que algo pasaba, pero cuando llegué por Buchardo a la esquina con Antranik, ya se veía, a una cuadra y media de distancia, un cúmulo de gente frente a mi casa. Traté de no perder la calma y seguí caminando a la misma velocidad. Yo se que esto no tiene ningún efecto sobre las cosas, pero tratar de mantener una conducta normal era la estrategia que había desarrollado en mis años de matrimonio con Sara Sandler. Si Sara se agitaba, yo aparecía calm

Baigorria (15)

No me gusta alejarme de mi territorio. Solamente salgo de la Seccional Sexta si es por alguna razón realmente importante o para conseguir algo que no hay en el barrio. Las pocas veces que eso sucede tiene que ver con conseguir algún condimento o algún fiambre, con lo cual, mis expediciones no van mucho más allá del Mercado Norte, o del Almacén de Mario, en la calle Deán Funes. Esta vez, en cambio, tuve que incursionar en el Mercado Sud. ¿Se han preguntado ustedes si existe alguna razón oculta detrás de la forma en que está organizada la ciudad? A mi esa duda me ataca cuando pienso en lo diferentes que son los dos mercados. Para mí, funcionan como dos polos que crean una corriente de energía alrededor de la cual se disponen los objetos, los edificios y las personas. El territorio Mercado Norte es luminoso y lleno de vida. Los olores de los tambores de aceitunas, de las especierías invitan a probar. En las veredas, los puestos de las bolivianas revientan con sus limones y ajíes enor

Baigorria (14)

Un tiempo después del nacimiento de Ariel y Raquel, pero antes de que pasara lo que pasó con la Teresa, Sara Sandler había atravesado un período que yo no entendía y al que no podía ponerle nombre. Muchos años después, durante  la experiencia muy breve que tuve de ir a terapia, me enteré que lo que le pasaba a Sara podía ser llamado introspección. No es algo que vaya a relatarles ahora como fue que yo terminé haciendo terapia. La historia de Sara viene a cuento de que, durante esa etapa, ella salía poco, pero generalmente al mismo lugar: una librería de usados que un hombre mayor, paisano suyo tenía en la Galería Cabildo. El lugar era más bien sucio y olía a papel viejo y pis de gato. De ahí Sara volvía los sábados con unos tomos amarillentos que leía con desesperación, como si al terminar la semana tuviera que darle cuenta al librero del contenido de cada uno. La rutina concluía y volvía a empezar con un nuevo libro viejo cada sábado. Una vez, trajo un bodoque ancho y de color gri