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Mostrando entradas de noviembre, 2014

La novia del guerrero (31 – epílogo)

La noche anterior al día de la presentación del libro Liliana había dejado planeado todos los detalles del desayuno. Como mantenía la creencia de que el comienzo de la jornada era determinante de lo que seguía, se aseguró de tener todo lo que necesitaba para regalarse un desayuno a la altura de sus expectativas. Llegó incluso a abrir el tarro de mermelada antes de acostarse, para asegurarse de que por la mañana nada fuera difícil o trabajoso. El despertador del teléfono sonó a la hora precisa. Se levantó. Caminó al baño y miró el living. Vio como por las ventanas entraba el sol. Todo iba bien. Cuando llegó frente al espejo se tomó unos minutos para revisar el estado de la rosácea. La cara no estaba congestionada así que se maquilló poco. Fue para la cocina. Estaba contenta. El momento de reconocimiento público, la gloria que tanto se le había negado, estaba por llegar. Había leído las pruebas de imprenta y sentía que nada podía salir mal. El trabajo en la escuela fue tranquilo. Adem

La novia del guerrero (30)

La caja era de madera y no más larga que un brazo. Liliana la había tapado con una manta de patchwork y almohadones. Podía pasar por un objeto decorativo cualquiera. Pero para Liliana no. Para ella la era un compromiso con César Carlos. Él personalmente  la había traído. Habían acordado un horario en que Liliana iba a estar sola en la casa. El Rengo llegó puntualmente manejando un Opel celeste. Liliana casi no lo reconoció. Había algo en la mirada y los gestos de su amigo que se había perdido. Faltaba la ilusión y la picardía del día en que para salvarla de la lección oral se hizo sancionar por la “pito gordo”. El encuentro fue breve. Se bajó del auto, sacó la caja del baúl y se acercó a la puerta de la casa. No llegó a tocar el timbre porque Liliana abrió antes. Había estado esperando al lado de la ventana. —Quedate adentro. El Rengo ni siquiera le dijo “hola”. Entró con la caja en las manos y la puso sobre la mesa. —Hola César. —Tenés que tener esto escondido. —¿Qué tiene? —C

La novia del guerrero (29)

Los días que siguieron a la conversación  con Tito fueron tranquilos. Liliana los vivió en un estado de semi ensoñación literaria. Pasaba todo un día marchando a la hoguera como John Proctor, al grito de “creo vislumbrar un pedacito de bondad, no es lo suficientemente grande para tejer una bandera, pero es lo bastante grande como para dársela a los perros”. Al día siguiente era Tess D’Uberville: noble e ignorante, engañada y violada, luego rescatada y amada, repudiada, prostituida y encarcelada. Se regodeaba en sus fantasías heroicas y anhelaba que llegara el momento en que Monti presentara el libro para que emergiera rodeado de gloria, el personaje que ella merecía ser. En este proceso de construcción de su mito personal, empezó a creer que había tenido una relación de pareja con Tito; fugaz, tempestuosa y condenada por siempre al fracaso por la presencia desmesurada del recuerdo del Rengo. En esta nueva visión de las cosas, El licenciado Alberto, destacada personalidad de la Faculta