Un brazo seco y muerto en una vitrina es lo único que queda de alguien que vivió cerca de la turbera. Mientras camino por Dublín me sigue la imagen de ese brazo perdido separado para siempre de su cuerpo. ¿Cuántas veces habrá esa mano rascado una cabeza incrédula, de un campesino o un guerrero? ¿Cómo llegó hasta nosotros? ¿Por qué azar del tiempo este brazo huérfano cayó a la ciénaga donde lo encontraron, crispado, correoso, tratando todavía de resistir un golpe criminal? Camino rápido. El frío me traspasa. Me esperan en el centro para volver a casa. Afuera del museo, debajo de mis pies siento el asfalto. Más abajo, están los cuerpos de otros hombres. Sepultados, asesinados por vikingos o ingleses. Esperando pacientes el fin de los tiempos, cuando un cuerpo manco, se encuentre con el brazo del museo.Camino sobre muertos, y a cada paso escucho, muy bajo, sus murmullos.