Si quisiera escribir un poema festivo contando los veranos lejanos de la infancia y hablar allí de frutas y calor, mentiría; quizás sería más cierto hablar de juegos y de arroyos, mezclados con retazos de las charlas de adultos hablando de crisis y de muertes, de exilios y de presos. De pasar una ruta cuajada de carteles que avisaban terminantes “No se detenga, centinela abrirá fuego” Crecimos y creímos que el horror terminaba. Llegaron los veranos de feliz inconsciencia. Los llamamos “Los dorados Ochentas” Nos fuimos a las playas. Formamos manadas de muchachos. Tocamos la guitarra, cantamos y esperamos el futuro. Y sin embargo, también en el verano el pasado volvía.O bien levantamientos, o bien asesinatos. El diario nos traía a un mundo conocido, ya viejo y agotado, de broncas y peleas, de corrupción y estafa, de arengas y de miedo. El mundo no ha cambiado: tan solo otro verano se acerca inevitable. El lago sigue sucio. El l