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Mostrando entradas de 2016

Baigorria (21 - Final)

Las semanas pasaron sin que nada pasara. Después de todo, fuera del entorno del Barrio, poca gente recuerda que existe el Museo de la Industria y que ahí estaba guardado el Papamóvil de la visita de Wojtyla de 1987. En el diario salían noticias de temas que preocupaban más a la gente o a los editores. A los directivos del Museo y a los insoportables de la Asociación de Amigos del Transporte los tranquilizaron con una réplica que la Renault armó a las apuradas en la Planta de Santa Isabel. Y siguiendo con la lista de insoportables y fanáticos, loa pocos militantes visibles de los Legionarios de Cristo no hicieron ningún comentario sobre su vinculación en un incidente que de acuerdo a la prensa nunca había sucedido. Además, como nunca comentaban abiertamente quienes eran sus  miembros, tampoco comentaron nada sobre el accidente del ministro. ¿Qué accidente? Bien, resulta que si alguien se atrevía a preguntarle al ministro por los moretones, contestaba que se había caído por la escal

Baigorria (20)

No me gusta salir del barrio. Menos de noche. Si accedí a subirme al auto de Gómez y viajar hasta Alta Gracia fue por la necesidad de terminar con todo este asunto. Además, toda la zona de Paravachasca me trae recuerdos de Sara Sandler, de tardes en el río en La Paisanita , de fotos al lado del Hongo (ese mirador extraño en el medio del río) de momentos mejores que estos que les relato. El trayecto fue más rápido de lo que esperaba. El tramo por la autopista no nos llevó más de veinticinco minutos, en los que Gómez apenas me dirigió la palabra. Recién después de cruzar el norte de Alta Gracia y buscar un camino de tierra empezó a darme indicaciones: —Tratá de no hacer cagadas. —Chuy. —No contestés como un pendejo —Re-chuy —Baigorria, sos un pelotudo bárbaro y si me contestás “chuy” de nuevo te meto un balazo y te tiro en una cuneta.

Baigorria (19)

–¡Vos si que no te privás de nada, Betito! ¿Te ofreciste a probar la nueva tecnología en combate del delito? Despertar en una comisaría es malo. Que además te duela la cabeza y la espalda por que te dispararon con una pistola de electrodos es peor. Sumarle la voz estridente de Casipupi es infernal.  Mientras me tocaba la espalda para ver si me había quedado alguna lastimadura, intenté contestarle: –¿Qué hacés acá? –Y….,  vos viste como es con los chicos. A los dos boludos que tengo de hijos los agarraron en pedo tirándole piedras a una vidriera, y acá estoy sacándolos. Yo le decía a mi mujer que hay que dejarlos que se caguen por estúpidos, pero… Miré a Casipupi de arriba abajo. Realmente no sabía si contestarle o no, porque en realidad, más allá de lo que yo decidiera, él seguiría hablando todo el tiempo que se le antojara. Y de hecho lo hizo. Traté de distraerme poniendo atención al resto de los sonidos del lugar. A medida que iba recuperando el uso de mis sentidos me di cue

Baigorria (18)

No sé cuanto tiempo me llevó el trayecto desde mi casa hasta el galpón de los coreanos en la calle Suipacha. La rabia me había hecho perder las ideas de tiempo y de distancia. Recuerdo haber salido por la calle Antranik con el sonido de los gritos de Rújale de fondo. Inmediatamente después estaba delante de la puerta de lo que había sido el taller de los armenios, evaluando la mejor manera para entrar. No tenía otra herramienta más que la pistola. Cuando me disponía a balear la cerradura vi que desde la esquina se acercaba un auto. Nadie manejaba a esa velocidad a la madrugada de un día de semana por barrio Pueyrredón. Salvo que fuera un policía. Gómez. Bajé la pistola. El auto se detuvo. Gómez se bajó del auto. Estaba mal vestido. Seguramente Raquelita lo había llamado. No se porqué, pero sentí que la situación ameritaba un comentario gracioso y amigable: —Gómez, querido, no trajiste la ropa adecuada para esta fiesta. Gómez no tenía un ánimo gracioso ni amigable. —Beto Baig