Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de diciembre, 2019

Veranos (V)

En el setenta y cinco fuimos a Buenos Aires a pasar unos días con los abuelos. De ahí, para  la playa, de prestado, donde una tía vieja. El verano era cruel, húmedo y caliente, y la siesta difícil, cuando no inexistente. Descubríamos rincones, escarbábamos el patio. Jugábamos. En los pocos momentos, de tranquilidad y calma (que eran una pausa para tomar nuevo impulso) dormíamos en la que había sido, la habitación del bisabuelo. Era oscura y pequeña. llena de cosa viejas: un balero, algún trompo, diarios y sifones, y libros, muchos libros. Sobre todo libros. Y ahí en alguna tarde, o quizás por la noche descubrí la poesía, leída por mi abuela, con su voz clara y dulce, recitado, enseñando… Todavía resuena el eco de esos versos, que  hoy encuentro manidos, muy usados, gastados pero la intimidad del momento no la cambio por nada.

Veranos IV

A veces en verano íbamos al río. A orillas del San Antonio, llevábamos las sillas, y los sandwiches y libros (yo no los llevaba, sino mi padre). Mientras los chicos cavábamos la arena los grandes tomaban mate y leían. Discutían, de política o de libros o recetas de cocina. Eran sus juegos. ¿Cuántas veces he visto sobre la lona. al lado del queso y el fiambre, la introducción al budismo zen que mi padre jamás  terminaba de leer? Si alguna vez la empezó… Eran tiempos jóvenes y buenos, o quizás así los recuerdo. Si fueron crudos y terribles los grandes no dejaron que nos enteráramos. Y está bien así. Fuimos niños felices que abrazaban los reflejos en el agua. A lo mejor, pienso ahora, las lecturas de Li Tai Po de mi padre, se filtraban a los juegos. Y fuimos zen por un instante.