A veces en verano íbamos al río.
A orillas del San Antonio, llevábamos
las sillas, y los sandwiches y libros
(yo no los llevaba, sino mi padre).
Mientras los chicos cavábamos la arena
los grandes tomaban mate y leían.
Discutían, de política o de libros
o recetas de cocina. Eran sus juegos.
¿Cuántas veces he visto sobre la lona.
al lado del queso y el fiambre, la introducción
al budismo zen que mi padre jamás
terminaba de leer? Si alguna vez la empezó…
Eran tiempos jóvenes y buenos, o quizás
así los recuerdo. Si fueron crudos y terribles
los grandes no dejaron que nos enteráramos.
Y está bien así. Fuimos niños felices
que abrazaban los reflejos en el agua.
A lo mejor, pienso ahora, las lecturas
de Li Tai Po de mi padre, se filtraban
a los juegos. Y fuimos zen por un instante.
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