Diré —con absoluta certeza— que no reconstruiré el templo de Jerusalén. Que no llevaré al proletariado al paraíso de los trabajadores, ni escribiré una canción que una a los pueblos.
No creo que llegue a cruzar el Egeo, ni el Tirreno, ni el Adriático, para fundar Alba Longa y engendrar emperadores. Difícilmente arroje la piedra que derrote gigantes, ni soporte el llamado de las sirenas atado a un mástil.
No es probable que busque Oriente por Occidente, ni que cruce mis barcos por tierra, sobre un istmo. No es probable, siquiera, que tenga un barco.
No inventaré la rueda, ni el bronce, ni el pentámetro yámbico. No viajaré a Bali a ver bailar las máscaras, ni me santificaré en el Ganges.
No buscaré la entrada del infierno en medio del camino de mi vida, ni tendré que optar entre el amor de Ofelia y la venganza de mi sangre.
Gracias, Dios, por todos esos dones que no tengo.
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