Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de octubre, 2015

Baigorria (9)

Escapar de Susana pudo haber sido un aprieto. Pero te quiero ver saltando por los techos pasados los sesenta años. Cuando Gómez y yo éramos amigos y trabajábamos juntos, parecíamos Starsky y Hutch, suponiendo que uno de los policías hubiera sido un criollo cordobés. Acostumbrados a pasar las tardes en el club, descolgarse de una tapia, o saltar por una ventana eran proezas muy menores. Ahora, la mayor acción heroica que puede realizar Gómez es resistirse a comer la última factura del paquete. La vesícula del comisario no está para chistes.

Baigorria (8)

Casipupi me llevó a casa manejando un Fiat 128 IAVA anaranjado, que debió haber conocido mejores épocas. Así como Casipupi encarnaba todo lo que no podía tolerar en una persona, su auto representaba claramente como no debía mantenerse una máquina. La pintura era ordinaria y había sido aplicada con rodillo, los espejos retrovisores eran de un tamaño incoherente, y el tapizado, no solo no era el original, sino que era chocante y estaba mal cosido. No había ningún punto que pudiera compararse con mi Dauphine, en el que se dejaba intuir la gloria de su diseño.

Baigorria (7)

Despertarse en la guardia de un hospital siempre es malo. Para mí, Alberto Baigorria, despertarme en la guardia del Hospital Italiano, está entre las peores cosas que me pueden pasar. Antes de que el departamento de relaciones con la comunidad de la institución, o la caterva de abogados que seguramente tienen a su servicio se consideren ofendidos, aclaro que no es por la calidad del servicio que digo esto. Otros opinarán de ese asunto. Mi problema se debe específicamente a una persona: la gorda Susana.

Baigorria (6)

Sin la cámara de fotos, sin el grabador, y sobre todo sin el permiso de mi hija Rújale, salí a buscar pistas sobre los chinos que habían robado el papamóvil. Empujado por la promesa de Gómez de que conseguiría unos dineros de la cooperadora policial como recompensa a mis tareas, dejé el galponcito de la calle Antranik. Ya en la vereda me di cuenta de que no tenía demasiadas puntas por donde empezar a desanudar el ovillo.

Baigorria (5)

Después de la conversación  telefónica estaba resuelto a ponerme en movimiento. La posibilidad de hacer unos pesitos extra para pagar los arreglos que le faltaban al Dauphine, era un aliciente mucho más importante que las supuestas obligaciones y deudas de honor que me unían a Gómez y al pasado. Así que, habiendo decidido volver a la acción, necesitaba buscar algunas herramientas. La prioridad número uno era buscar información sobre los chinos, así podía prescindir de la pistola. En realidad, si tengo que ser honesto, ya no tengo permiso para utilizarla, y estoy fuera de práctica. Además, aunque sé donde está guardada, buscarla sería como abrir la caja de Pandora. Para ser menos literario y más concreto, implica abrir los cajones de la rusita. Cuando Rújale volvió a vivir conmigo, ordenó y limpió su vieja habitación para hacerse un espacio. Metió todo lo que yo había ido poniendo ahí en cinco cajas que ahora están en el fondo del galponcito. Cada vez que las ve, Rújale me espeta: