Dejó que el timbre del teléfono fijo sonara, con la esperanza de que, quien fuera que llamara, se hartara y colgara. Pero como siguió más allá del límite de su paciencia, finalmente atendió.
—Hola.
—¿Hablo con Liliana Petrini?
—Si. ¿Quién habla?
—Irina Monti. Yo estuve con vos…
—Me acuerdo.
—Perdón, ¿te hablo en un mal momento?
—Para nada. ¿Por qué lo decís?
—Bueno, tardaste mucho en atender. Ya casi colgaba. Además saludaste un poco parca.
—No.
—Bueno, ¿puedo hacerte unas consultas?
—Me parece que en la entrevista te conté todo lo que necesitabas.
—Bueno, si… pero…, me gustaría cotejar algunos detalles; porque a veces hay diferencias en las versiones.
—¿Qué? ¿Alguien te dijo que mentí?
—No, para nada. Como voy a decir eso. Lo que pasa es que…
—Mirá, la Susy no se enteraba de nada porque vivía y vive en su nube de pedos, así que deberías dudar de ella, no de mi.
—Si estás hablando de Susan Greenfield, te aclaro que ni llegué a hablar con ella porque me dijo que se volvía a Jujuy.
—Ah. Igual no ibas a sacar nada que valiera la pena de ella. De todas maneras hacés mal en dudar de mí. Raquel es muy fantasiosa.
—No. No te equivoques. Raquel y vos hablaron de historias que ni se cruzan ni se contradicen. Donde encuentro algunas diferencias es con el testimonio de Paloma Bensimón.
¡NInguna de nuestras compañeras se llamaba así!
—No, por supuesto. No era compañera tuya. Es que no me das tiempo para que te explique. Además, ella volvió a usar el apellido de soltera cuando quedó viuda. Vos la conociste como Ramirez.
Liliana se quedó muda. Después de un tiempo prudente sintió del otro lado del teléfono la voz de Monti.
—¿Se cortó? ¿Estás ahí todavía?
—Llamame en otro momento. Me surgió algo urgente.
Y cortó.
Liliana estaba estupefacta. Empezó a combinar posibilidades de nombres buscando que alguno coincidiera con la imagen de algún conocido: Paloma Bensimón. Paloma Ramirez. Paloma Bensimón de Ramirez. Señora Ramirez. Señora Bensimón. Señora de Ramirez.
Señora de Ramirez.
Nono.
El chico Ramirez.
El chico Ramirez, que conocía al Rengo. Hijo del Doctor Ramirez, que conocía a su padre de Tribunales. El de la hermanita antipática.
El chico con el que trató de darle celos al Rengo, cuando se enojó con él.
¿Pero qué tenía que ver eso con su historia? ¿Acaso el chico Ramirez había sido importante? De ninguna manera. ¿Por qué Irina Monti contrastaría un detalle nimio de su historia con el Rengo, con la señora de Ramirez?
Paloma Bensimón de Ramirez
Paloma Bensimón.
Mientras más repetía el nombre, más eco hacía en su cabeza. Paloma Bensimón era alguien conocido. Alguien que debía estar en internet. Pero Liliana no tenía computadora.
—¡El teléfono! —dijo sobresaltada— Esa porquería que me hizo comprar Sibila.
Buscó en el fondo de la cartera hasta que encontró el aparato.
—Bueno chiquito, se ve que para algo ibas a servir.
Entender como funcionaba el navegador de internet le llevó unos cuarenta minutos que fue aderezando con insultos varios. Finalmente encontró como poner en Google el nombre.
—Pa-Lo-Ma-Ben-Si-Mon, —fue silabeando mientras tecleaba— Ahí vamos.
Y apretó el comando que correspondía al “enter”
—¡Mierda!
—En la primera foto que apareció pudo reconocer a la misma Señora de Ramirez del balneario de Nono. Mucho más vieja, ya sin el estudiado aire de nonchalance. Estaba sentada en el banco de juzgado, con mujeres de su misma edad y aspecto. Todas con pañuelos blancos en la cabeza.
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