El setenta y seis fue un año regular
y el setenta y siete fue malo. Mis
padres trataban de no hundirse
en la crisis. Mis abuelos se morían.
El país hacía esas dos cosas.
Sin embargo, a pesar de las
dictaduras, los infartos y los
cánceres; los exilios forzados
y los presos políticos, salimos
de vacaciones a las sierras.
Y recuerdo el calor y los lagartos,
las piletas con sapos y los perros,
una vaca carneada en la vereda,
y un asado; y sopa de gallina,
y noches alumbradas por candelas.
A los pocos días retornamos
a la normalidad de Córdoba
y el miedo. Al poco dinero,
y la incerteza. Y, con todo,
el verano fue bueno, se los juro.
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