Los relatos del género negro se narran en primera
persona. Así que me presento: me llamo Alberto Baigorria. Mi hija Rújale, que
casi siempre me interrumpe, diría que lo único que puede tener esta historia de
negra es que somos negros de la Sexta, como Negrazón y Chaveta. Rújale es así.
No puede desprenderse de la ironía. En eso sale a su madre. Cuando se lo digo, no
contesta. A Rújale no le gusta hablar de su madre ni de su hermano. Las pocas
veces que se permite opinar del tema, la conversación termina siempre en
condenas muy severas sobre mi comportamiento pasado, así que en la medida de lo
posible, trato de no ventilar esas cuestiones.
Como ya les he dicho, vivimos en la gloriosa seccional
que ha cobijado lo mejor del basketbol cordobés. En años pasados los equipos de
Junior’s, Hindú y Redes Cordobesas se sacaban chispas, y la gente hacía cola
para ver tremendas batallas. Yo mismo, antes de entrar a la policía jugué en el
equipo de Redes. No era del todo bueno, pero
tenía facha. Y los pibes del equipo parecíamos gladiadores. No había chinita
que se nos resistiera. Por eso, la reticencia inicial de la madre de Rújale
hizo que me encaprichara con ella, pero eso es otra historia.
Porque la que voy a contar ahora, comienza una mañana
cualquiera de otoño en mi galpón de la calle Antranik. No pasaba nada en particular,
tomaba mate y revisaba el fichero de
clientes de la agencia de seguridad domiciliaria que manejamos con Rujale. Me
dedico a esto porque para un policía retirado no hay muchas alternativas de
trabajo. La jubilación es bastante lamentable, y la verdad es que extrañamos el
movernos entre la gente y que nos miren con respeto y con temor. La mayoría de
mis compañeros terminaron siendo guardias
de algún edificio. Eso es penoso. Es ser
menos que el portero. Pero con la pobreza que hay no da para hacerse el
exquisito.
Los más
afortunados, como yo que tengo mi galponcito, nos dedicamos a la vigilancia
domiciliaria. Con algún empleado y un par de teléfonos hacemos ronda nocturna
de las casas que nos contratan. Generalmente el trabajo no pasa de iluminar con
una linterna cuando el cliente quiere entrar el auto en su cochera. No es un
gran trabajo, pero acerca porotos a la olla. Actualmente tengo un solo empleado
que es el novio bobo de Rújale. Es un chico que no sirve para nada.
Dos o tres veces por año discuto con Rújale por el bobo.
Yo le pregunto por qué sigue en una relación que no va a ninguna parte, con un
chico menor que ella y sin perspectiva de avanzar en la vida. La mayoría de las
veces Rújale se limita a insultarme en hebreo, sabiendo que no entiendo. Cuando
la situación está más caliente, contesta que su madre Sara Sandler (cuando se
enoja conmigo nombra a su madre con nombre y apellido) tampoco le fue bien con
el que era el dueño de un porvenir promisorio. Esto último lo dice con estas textuales
palabras, y exagerando mucho la entonación para que no me queden dudas de que está
siendo sardónica.
La cuestión es que estaba tranquilo, como les decía
antes, controlando si teníamos los pagos de los clientes al día, y aprovechando
para ubicar en la guía de teléfono un repuestero que tuviera unas piezas que me
faltan para poner a punto el Renault Dauphine. Del autito les contaré después
porque mi hija dice que siempre soy muy disperso cuando cuento una historia. Había encontrado el dato
de un mecánico que había trabajado de joven en la IKA, cuando apareció Rújale
con el inalámbrico en la mano y una expresión muy poco amigable en la cara.
— ¿A qué debo el honor de su visita, princesa?—le dije.
— No me jodas y atendelo a Gomez. No se para que mierda
llama este pelotudo si las pocas veces que se cruzan ustedes dos se
recontraremilreputean.
Me extendió el teléfono y se lo recibí con una amplia
sonrisa. Rújale la retribuyó con un insulto incomprensible y se fue del galpón.
Apenas me quedé solo hable con Gomez:
—Hablá negro botón.
—MIrá sorete, vos todavía me debés unas cuantas así que
venite al Museo de la Industria, así me ayudas a sacarme de encima un
problemita.
—¿Qué será?
—¿Vos viste esa peli con el Tom Hanks que empezaba en
Francia con el coso que aparece muerto en un museo?
—Si. Una cagada. ¿Vos me llamás para preguntarme si vi
una película?
—No. Necesito que vengas al museo porque se chorearon una
reliquia religiosa
—¿Qué reliquia religiosa se pueden haber robado del Museo
de la Industria?
—El papamóvil, tarado. Venite para acá antes de que esto
tome estado público.
Gomez cortó. Tal como él había dicho, le debía un par de
salvadas de cuero, así que busqué la
campera y salí. En el camino a la puerta me crucé con Rújale que por las dudas
ya venía puteando.
Comentarios
Publicar un comentario