Vacío de todo pensamiento
me siento delante de una página en blanco
que ya no es tal cosa
sino apenas un conjunto de impulsos eléctricos
ordenados en unidades de medidas llamadas bits o bytes
o vaya a saber cómo,
pensando en que el vacío de la mente es casi igual
a la saturación de mensajes y de textos
que nos rodean.
La radio desde la cocina me trae una música antigua
que no es bella ni emocionante ni nada
sino apenas una mueca
de lo que debía ser un sentimiento.
En un tiempo pensé que escribiría poesía
y sería gracioso, inteligente, witty
o quizás comprometido, militante, valiente,
o mejor todavía, todo eso junto, y combinado
de una manera brillante que me erigiera
como el farol de mi generación.
Apenas soy un hombre que teclea.
Quizás algo más (o menos)
que un animal amaestrado, herido,
echado en el fondo de su jaula
llamando la atención
O quizás sea el loro que buscaba la suerte
sobre el cajón del organillero.
Y mientras los pobres intentos
de sonar solemne o significativo
se van agotando
la vida va pasando por fuera de la ventana
donde empieza a llover despacito
sin que al agua y al frío les importe nada
de mis logros poéticos.
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