Gómez subió al auto y arrancó. No esperaba que me acercara a casa después de la discusión que habíamos tenido, pero por lo menos podría haber saludado. Me quedé parado en la vereda mientras los dos orientales me miraban con cara de pocos amigos. Desde la vereda de enfrente, la vecina que nos había gritado “borrachos” también tenía los ojos puestos sobre mí, pero la expresión era una mezcla de satisfacción y deseo que los tipos del taller me reventaran a trompadas. No cabía la menor duda de que no tenía nada que hacer en ese lugar, así que empecé a caminar lentamente en dirección a la avenida Patria. Tampoco iba a salir corriendo. Una cosa es recular y otra muy diferente es perder la poca dignidad que a uno le va quedando. Debían ser ya las tres de la tarde y lo único que había almorzado era el sándwich que me había convidado el orate del novio de Rujale. Milagrosamente no me había producido acidez, Empecé a sentir hambre de nuevo. La posibilidad de conseguir latkes para ...