Después de una espera de cuarenta minutos, conseguí el pastrón, me hice un sándwich y me senté a comerlo sentado en el cordón de la vereda. No era todo lo que esperaba, pero era algo. Esta sensación mezclada de conformidad e insatisfacción se había hecho bastante común en aspectos de mi vida que abarcaban desde la política al sexo. Desde hacía un tiempo, estaba en la edad en que uno empieza a quedarse con lo posible a pesar de desear algo distinto. Ya no soy joven. Los chicos del tunning, por ejemplo no entenderían esta sensación. Por otra parte, si esto se debe a la vejez, no puedo saberlo porque no me quedan amigos con los que comparar experiencias. Los que alguna vez fueron mis compañeros de la policía o han muerto, o dejaron de tener trato conmigo después de lo que Casipupi llama “el problemita”. De la misma manera en que uno empieza a disminuir las expectativas, también se achican los enojos. El encuentro con Casipupi, por ejemplo, fue irritante, pero no de la manera en qu...