La noche anterior al día de la presentación del libro Liliana había dejado planeado todos los detalles del desayuno. Como mantenía la creencia de que el comienzo de la jornada era determinante de lo que seguía, se aseguró de tener todo lo que necesitaba para regalarse un desayuno a la altura de sus expectativas. Llegó incluso a abrir el tarro de mermelada antes de acostarse, para asegurarse de que por la mañana nada fuera difícil o trabajoso. El despertador del teléfono sonó a la hora precisa. Se levantó. Caminó al baño y miró el living. Vio como por las ventanas entraba el sol. Todo iba bien. Cuando llegó frente al espejo se tomó unos minutos para revisar el estado de la rosácea. La cara no estaba congestionada así que se maquilló poco. Fue para la cocina. Estaba contenta. El momento de reconocimiento público, la gloria que tanto se le había negado, estaba por llegar. Había leído las pruebas de imprenta y sentía que nada podía salir mal. El trabajo en la escuela fue tranquilo. Adem...