¿Por qué debo mostrarme educada y sumisa? El cuerpo se rebela. Estoy cansada. Apenas duermo. Mi vida son dos vidas. Por la mañana, la reina de Ítaca, a la noche la viuda de Odiseo. Todo lo que sabía y tenía por cierto ha desaparecido.
¿Hay, en alguna parte, un cuerpo yerto, para envolver en esta tela? Quizás no. Quizás se lo comieron las bestias, o los peces, o fue atado a un carro y paseado por el borde de una muralla. Quizás no haya cuerpo.
¿Lo reconocería? ¿Habrá carne sobre los huesos, que me recuerde al padre de Telémaco? Si está vivo, podría mirar unos rasgos viejos y tratar de encontrar allí algún parecido con mi hijo. ¿Mi hijo?¿Nuestro hijo?
MI hijo. Odiseo apenas vio a Telémaco. No podía sostenerse sobre sus piernas cuando el padre partió en busca de Elena. Maldita Elena. Maldita.
MI hijo. Odiseo apenas vio a Telémaco. No podía sostenerse sobre sus piernas cuando el padre partió en busca de Elena. Maldita Elena. Maldita.
Alguna vez fui joven y según decían, hermosa. Sin embargo era mi prima Elena la que hacía que los hombre viajaran a Esparta a pretenderla. Odiseo el astuto, entre ellos. Elena era el premio y yo el consuelo.
Mi padre Icario me entregó al que sería responsable de todas las muertes de Troya. en el momento en que vio a mi prima, Odiseo supo que no tenía posibilidades. Dicen que se enamoró de mí al verme. Es posible. Yo creo que estuvo siempre enamorado de su propio ingenio. Para ganarse el favor de Tindáreo, mi tío, le propuso la solución a la posible lucha entre los pretendientes y ató a todos los hombres a la guerra y a la muerte: “Aquel que pretenda a Elena debe jurar defender al hombre que ella elija por esposo”. Odiseo fue reconocido por su ingenio y premiado con mi mano.
Pensé que lejos de Esparta, la sombra de Elena no me alcanzaría. Quizás el primer año en Ïtaca fue venturoso, tuve un hijo. Sentí como se formaba dentro mió. Lo sentí respirar y llorar. Lo vi, unido a mi a través del cordón, hasta que las mujeres fueron a mostrarselo al padre. Telémaco es mío. Odiseo no puede reclamarlo. Odiseo fue a reclamar a Elena para Menelao, enredado en su propio juramento.
Elena los tuvo a todos. Eligió a uno, pero el juramento de Odiseo hizo que se llevara a todos los demás al campo de batalla. Maldita Elena. Maldita.
Ahora, tengo una suerte parecida a la de la jóven Elena: mi casa está llena de hombres que quieren casarse conmigo. Pero no los mueve mi belleza, quieren mi casa, quieren mi trono, quieren la riqueza de Ítaca.
No voy a darle mi casa. No van a llevarse a Telémaco. No voy a dar a mi hijo a la guerra. Así los pretendientes derrumben mi casa, así se desatara la ira de los dioses, no voy a dar a Telémaco. Su cuerpo es mío. Yo lo hice para la vida. Si su padre está en alguna parte, no puede venir a reclamarlo. A obligarlo a un juramento absurdo. A llevarlo a morir a una costa ajena.
Me duelen las manos, Maldigo a Odiseo y a su juramento, maldigo tres veces a Elena, maldigo a los hombres, maldigo mi destino. Quiero dormir.
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