—Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros. Así habló.
ODISEA Canto X
Puede ser que me hayas encontrado ya alguna vez. A lo mejor en mi isla, o navegando el Egeo, o me cruzaste en un ascensor. El hecho de ser eterna me hace difícil entender el tiempo.
No creo que me reconozcas. Dicen que mi cuerpo es atlético y bien formado. Si viste el retrato que me hizo Waterhouse, no me hace justicia.
A lo mejor fuiste mi amante o mi sirviente, estuviste en mi palacio y comiste de mi mesa, te recostaste en mi pocilga o en mi cama. Después de tanto tiempo no recuerdo a todos.
Tuve hijos. Con Odiseo. Y con Telémaco. Si te escandaliza, deberías saber que tu juicio no tiene ninguna relevancia para mi.
Recuerdo cuando hace años Odiseo se sentó a mi mesa. Tenía miedo. Hermes le había advertido quién era yo. Sabía la suerte de sus marineros. No escapó. Por eso me pareció atractivo. Del mismo modo en que los gatos se sienten atraídos por los ratones, decidí que podía jugar un poco con él.
Lo dejé hacer. Un hombre criado entre guerreros, no podía distinguir el llanto de la simulación. Se sintió poderoso. Alguna mentira, un poco de lisonja, y ya estaba en mi cama.
Vivió conmigo hasta que el mar volvió a llamarlo, hasta que los deberes de su casa en Ítaca lo reclamaron, o hasta que me aburrí de él. Cualquier versión es buena. Los hombres cuentan la suya, que no es la mía. Le indiqué cómo llegar hasta Tiresias y lo dejé ir. Seguramente, esto es todo lo que sabes.. Sin embargo, conocí a miles de aventureros, a Jasón, a Medea; viajé. Me llamaron hechicera. Hablaron de mí y dejaron de hacerlo. Llegó el momento en que los hombres se olvidaron de nosotros, los eternos.
Disfruto del anonimato, camino entre ustedes, a veces por curiosidad tomo un avión o subo a un barco. Donde estuvo mi palacio ahora hay un pequeño restorán llamado L’argonauta. Leo las reseñas y veo, divertida, que tiene muy buen servicio. Debería ir una tarde y darle un toquecito a los comensales.
¿Te parece banal? El mundo puede presentarse menos heroico que el de entonces, pero no te equivoques. Ustedes, hombres, mortales, siguen asaltando Troya todos los días, por una mujer, o el honor, o el dinero. Basta un trago de mi vino, un toque de mi bastón, y ya están de nuevo, revolcándose en mi barro, hijos de Odiseo
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