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La novia del guerrero (9)

Se levantó con dolor de cabeza, consecuencia del mal humor con el que se había acostado. Todas las últimas visitas de Sibila habían terminado de la misma manera, Liliana le echaba en cara a su hija  alguna falta. De comprensión, de paciencia o de inteligencia. Sibila le contestaba que seguramente de alguien la habría heredado. Liliana contraatacaba diciendo que seguramente no de ella, que lo habría heredado de otro, entonces Sibila desembarcaba con la provocación:

—Puede ser que de mi padre, pero como vos nunca me dijiste quién es, se me hace difícil saberlo.

Inmediatamente Liliana se enfurecía y le indicaba de manera destemplada a Sibila que se fuera. La escena terminaba con Liliana metiéndose un valium antes de irse a la cama.

Como el médico le había indicado que no mezclara ansiolíticos con antiinflamatorios, no se animó con el ibuprofeno; así que, sabiendo que era muy probable que no le hiciera ningún efecto, tomó paracetamol. Esperó cuarenta y cinco minutos mirando un canal de noticias, y cuando se sintió un poco más aliviada fue al baño a maquillarse. Una vez que cumplió toda la rutina llamó un taxi y bajó a esperar en la vereda.

A pesar de que las últimas conversaciones con Raquel la habían irritado bastante, la posibilidad de volver a ver a la Susy después de cinco años fue suficiente estímulo para aceptar esta nueva cita en “El Ruedo”. Además Raquel le garantizó que iba a ser una “juntada de chicas”, lo que por suerte, dejaba a Moncho afuera.

El auto llegó a tiempo y llegó al centro sin demasiados inconvenientes. Algo poco común para un sábado. Liliana lo interpretó como un buen augurio y entró al bar tratando de poner buena cara. Notó que el dolor de cabeza había remitido hasta una molestia. mínima. Buscó una mesa lejos del baño y de la puerta de entrada, pero que a su vez no estuviera cerca de la barra. Después de probar dos ubicaciones diferentes encontró la mesa que reunía todos los requisitos para sentirse cómoda, y pidió un té con medialunas.

Mientras llegaba el desayuno se puso a repasar qué temas debía evitar para no molestar a la Susy:

—No tengo que preguntar por el exmarido, ni por la nuera. Los asuntos religiosos los evitamos para que no se delire contando como se va a misionar a la quebrada de Humahuaca— repasaba, cuando vio que la Susy entraba al bar.

—¡Qué culona que se ha puesto —pensó—, además esos anteojos le resalta la cara de torta que siempre tuvo, pobrecita.

Interrumpió el monólogo interior para hacerle señas a la amiga, que iba rebotando por las mesas, visiblemente despistada. Cuando se vieron, y finalmente la Susy llegó hasta la mesa de Liliana, en vez de saludar lo primero que dijo fue:

—No me acostumbro a los multifocales y me llevo todo por delante. ¿A vos te parece que me los habrán hecho mal?

A Liliana le quedó claro al instante que su amiga no había cambiado nada en los años que llevaba fuera de Córdoba, así que no perdió tiempo en reclamarle la falta de cortesía y se limitó a responder:

—No se Susy; yo voy por la vida con dos pares de anteojos y sanseacabó.

La Susy pidió café solo y pasó a contarle con detalles su trabajo en Jujuy, los dolores de cabeza que le daba su nuera, lo mal que educaban a su nieta, y cuanto la preocupaba que su hijo no llevara a la nena a la escuela dominical. Liliana se dio cuenta de que a pesar de todas las discusiones de los últimos días, estaba deseando que Raquel llegara pronto. Lo que no sucedió. La Susy tuvo a su disposición cuarenta minutos para lamentarse hasta que Raquel interrumpió la enumeración de miserias:

—…y te decía que con la cantidad y variedad de problemas que tengo…

—¡Hola pendejas!

—Raquel, que bueno que llegaste— exclamó Liliana. Y se acercó a saludarla con un beso. Raquel aprovechó la cercanía para decirle al oído:

—Aprovechá para purgar mal karma. Con esto hiciste la mitzve del año.

Después abrazó a la Susy y le espetó:

—Susy estás igual… Igual a una vaca.

La Susy se rió de la forma entre tonta y nerviosa  con la que siempre reaccionaba ante las agresiones de Raquel

—De alguna forma —pensaba la Susy— es su manera de quererme.

Raquel se sentó a la mesa de una manera aparatosa, acomodando abrigos y paquetes; después llamó al mozo, al que molestó durante cinco minutos, para terminar pidiendo un sándwich tostado sin jamó ni mayonesa, y un té de manzanilla. Cuando el mozo se retiró, miró a sus amigas y les dijo:

—Bueno mis queridas sabandijas, el reconocimiento las espera a la vuelta de la esquina.

—¿A la vuelta de la esquina no estaba el bar “La Tasca”?— preguntó la Susy.

Liliana sintió ganas de decirle que era una estúpida, y que siempre lo había sido; pero la risotada de Raquel no se lo permitió.

—Ay mi querida, no cambiás más. Se ve que allá en Jujuy todavía no les llegó el uso de la metáfora.

Liliana sintió que le volvía a molestar la cabeza y se le ocurrió que en lo sucesivo debería evitar cualquier reunión que se realizara en “El Ruedo”. Raquel, como siempre, seguía hablando sin importarle que sentían u opinaban los demás.

—Escúchenme, tontitas, ayer estuve toda la tarde con Irina Monti contándole de nuestra juventud maravillosa, y esta chica estaría encantada de entrevistarlas para su libro.

La Susy se puso tensa:

—¿Por qué esta señora haría un libro sobre nosotras?

—No es sobre “nosotras”. Es sobre nuestra época, nuestras batallas y mártires, un libro sobre el “Renguito”— contestó Raquel. Liliana seguía callada.

—No se si quiero contarle mi vida a esta señora Monto.

—Monti— corrigió Liliana.

—Como sea. Además, ¿vos no habías escrito un libro sobre el “Rengo”?

Liliana se sintió incómoda. No esperaba que la Susy la interpelara así.

—Fue hace muchísimos años. Además era un texto muy personal.

—Pero que me venís con personal —insistió la Susy— si nos leíste un montón de partes en ese taller literario al que nos llevaba Tito.

Raquel se acomodó en asiento para prestar atención a los detalles.

—No se de qué hablás.

—Vamos Liliana, ¿no te acordás que nos íbamos a comer empanadas a “La Alameda” con todos los chicos del taller? Una vuelta el Tito y vos armaron una escena discutiendo no se qué pelotudez, Y cuando nos cagaron bien cagada la noche a todos, se largaron a reír y dijeron que era una cachada que habían armado.

—Mirá Susy, ni se de qué taller hablás.

El resto de la conversación fue una guerra de versiones en la que Raquel aprovechó para practicar la actividad que más la había divertido durante su adolescencia: contemplar como sus amigas discutían por estupideces.

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