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La novia del guerrero (10)

Liliana caminaba por las veredas de barrio Cofico mascullando la bronca contra sus dos amigas. Más atrás, la Susy marchaba silenciosa con cara de pedir disculpas, y Raquel iba lento a propósito para provocar. Cada tanto le gritaba a Liliana:
—Yo no fui la que dijo que estaba segura cual era la dirección. Ni la que se equivocó con el colectivo.
Como Liliana se hacía la que no escuchaba, Raquel dejaba pasar unos minutos y volvía a atacar:
—A mi no se me ocurrió armar grupo con el Rengo para preparar el trabajo, porque no me gusta el Rengo, ¿eh?.
La Susy la miró con expresión de censura, pero Liliana seguía sin inmutarse. Cuando por fin encontraron la casa, habían pasado las siete de la tarde. Antes de que Liliana hiciera alguna de sus habituales advertencias, Raquel volvió a hablar:
—...Y ya se que tenemos que irnos temprano porque hoy dan "Rolando Rivas"
—En casa no la vemos —acotó la Susy—, mi papá dice que esa novela es...
—¿Uztedez quiénes zon?
Detrás de la puerta abierta de la casa había un chico de unos once años, bajito, rubio y con un aparato de ortodoncia enorme. Liliana trató de parecer simpática:
—Somos compañeras de la escuela de tu hermano, mi amor.
—¿A quién le decís "mi amor", dezubicada? Zi zoz amiga de mi hermano zeguro que zoz igual de pelotuda que él.
El chico estaba por seguir con su particular bienvenida cuando apareció César Carlos. Primero fue la mano, agarrando la oreja del hermanito, y luego el resto del cuerpo. Mientras iba tirando del muchachito, se escuchaba la voz alejándose:
—Me hazez doler pelotudo.
César Carlos parecía no escucharlo. Apoyado en el marco de la puerta, Liliana lo encontró hermoso. Parecía sacado de la propaganda de los jeans Topeka.
—¿Pasan chicas? Mi mamá les preparó una merienda.
Las tres entraron registrando con la mirada todos los detalles posibles de la casa. Al pasar por la biblioteca que cubría todo un largo pasillo, Raquel se demoró mirando los lomos de los libros.
—¿Te interesa alguno, querida?
Detrás de Raquel había aparecido una mujer de unos cuarenta años, bien vestida, con una maxifalda roja y una polera negra. Raquel le contestó como si ya se hubieran presentado:
—No. Solamente me llamó la atención que en las obras completas de Maiacovsky falta un tomo, igual que en mi casa.
—Ah querida, de eso hablarás con mi marido porque yo mas que Corín Tellado y el Vosotras no te leo.
El Renguito apareció desde la cocina:
—Mamá, esta es Raquel.
—Si, la chica judía. Mi marido tenía muchos amigos judíos hasta lo de la "Guerra de los seis días".
Raquel estuvo a punto de empezar a explicar, como había escuchado tantas veces a su padre, que no todos los judíos eran sionistas, cuando vio que el Renguito le hacía señas de que no contestara, y lo siguiera a la cocina. Liliana y la Susy ya estaban sentadas, tratando de aparentar mesura y delicadeza delante del plato de facturas. César Carlos salió de la cocina para preguntarle a su madre donde estaba guardada la cafetera, así que las chicas empezaron a cuchichear.
—¿Qué hacías, desubicada? —preguntó la Susy.
—Inteligencia, querida —contestó Raquel—, algo que seguro vos no podés hacer.
—No maltrates a la Susy, —terció Liliana—que vos te hacés la intelectual pero no leíste nada de lo que hay en tu casa.
—Por lo menos en mi casa hay libros.
—Mi papá dice que hay un solo libro bueno, y digno de leer en todas las casas.
Raquel y Liliana se miraron con cara de agobio. Si el Renguito no volvía pronto, la Susy iba a relatar otra vez alguna de las conversaciones con su padre. Se habían resignado a escuchar por enésima vez la historia de la fundación de la iglesia metodista de la calle Lima, cuando sintieron unos pasos acelerados que venían por el pasillo. El Renguito perseguía a su hermano, que escapaba llevando en la mano, un dispositivo armado con un globo y un rulero. Al pasar por la cocina gritó:
—¡Fuera yanquiz de Zaigón!
Y con el rulero y el globo disparó una goma de borrar que impactó en la frente de la Susy. El chico siguió corriendo hacia el patio. En vez de perseguirlo, el Rengo se quedó en la cocina para ver si las chicas estaban bien. Raquel trataba de contener la risa, la Susy se sentía desconcertada al punto de no saber si llorar o quejarse, y Liliana había concluído que si pensaba, en un futuro, casarse con César Carlos, el posible cuñado iba a ser un dolor de cabeza.

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