Ir al contenido principal

La novia del guerrero (6)

Desde la semana anterior a su cumpleaños, Liliana había empezado a tener indicios de lo que le preparaban: algunas conversaciones entrecortadas entre sus padres,  las repetidas advertencias de que evitara entrar al garage (por una supuesta falla eléctrica peligrosísima) y sobre todo, por la boleta de "Vértice Musical" que alcanzó a atisbar, asomando del portafolio de su padre.
Con toda esa información supuso que le habían comprado un tocadiscos portátil, y así lo comentó con sus amigos en la escuela. Cuando llegó el día indicado, la despertó un ruido de madera chocando, y el extenso rosario de insultos que desgranaba su papá. Se quedó un momento más en la cama afinando el oído para escuchar como movían muebles. El corazón le saltó en el pecho. ¿Era posible? No se animaba siquiera a decirse a ella misma lo que suponía. Se bajó de la cama y buscó las pantuflas, porque sabía que, aunque fuera su cumpleaños, su madre iba a recibirla a los gritos si iba a desayunar descalza. Salió del dormitorio tratando de parecer tranquila.
Lo primero que vio en el living fue a su padre sentado sobre el respaldo del sillón, con una pierna cruzada sobre la otra, agarrándose el pie con las dos manos. Por detrás una confusión de muebles cambiados de lugar, y justo en el medio del ambiente, un combinado nuevo color nogal.
Liliana quedó estupefacta. Sintió que le latían los oídos. Sin moverse del lugar empezó a dar saltos y a aplaudir. Así estaba cunado escuchó a su madres detrás suyo:
—Felicidades "corazón".
Se dio vuelta y la abrazó. Después fue a hacer lo mismo con su padre que todavía se quejaba del pie golpeado. Para terminar, fue a abrazarse también con el aparato.
—Bueno querida, tenés toda la tarde para jugar con el chiche nuevo; ahora, desayunar y a la escuela.
La voz de su madre hizo que se pusiera rápidamente de pie. Camino a la cocina le dio un beso a su papá que a su vez le acarició el pelo.
Aunque en el desayuno le sirvieron lo mismo de todas las mañanas, Liliana lo degustó como si fuera un banquete enorme. Cuando terminó, en vez de caminar,  su padre la acercó en el auto a la escuela.
La mañana fue normal. Demasiado normal, así que Liliana dedujo que sus amigos estaban confabulados para darle una sorpresa a la tarde. Trató de que no se notara su sospecha y siguió con la rutina del día: matemática, historia, inglés y biología.
Ya de vuelta a su casa almorzó y trató de dormir una siesta. Como a las cuatro de la tarde, su madre le pidió que fuera a llevarle un género a la modista, que vivía a unas quince cuadras. Liliana calculó que el único motivo del mandado era darle tiempo a sus amigos para llegar a la casa. Regresó pasadas las cinco. Media cuadra antes de su puerta se detuvo para tranquilizarse. No quería que se notara que ella sabía. Vigiló estar lo más compuesta posible y caminó el último tramo muy lentamente. Antes de entrar, respiró, se acomodó el pelo, contó hasta tres y abrió la puerta.
—¡Sorpresa!
Liliana se llevó las manos a la cara. Le preocupaba que el gesto se viera lo más natural posible. Los invitados se creyeron la actuación o no les importaba si de verdad se sorprendía.  porque al instante estaban abrazándola y felicitándola. Raquel, la Susy, Tito, Cacho y Moncho, además de sus primas Elenita y Carmen. Pasaron el resto de la tarde escuchando discos. Algunos los habían traído los invitados y otros los habían prestado los vecinos. Cerca de las siete y media, dejaron el combinado en paz y Cacho empezó a tocar la guitarra y a cantar.
A las ocho, cuando las primas ya se habían ido, llegó el Renguito. La raya del pelo perfecta, el largo justo de las patillas. Tenía un aspecto entre serio y concentrado, y traía una bolsa de papel madera bajo el brazo. Se acercó a Liliana y le dio un beso en la mejilla. No separó la cara y le dijo al oído:
—Perdón si llego a esta hora. Tenía una reunión muy importante.
Después fue a saludar al resto de sus compañeros. Liliana se preguntó que clase de reunión sería lo suficientemente importante como para perderse un cumpleaños, pero sabía que el Renguito jamás inventaba una excusa. Estaba en esos devaneos cuando el Renguito volvió con la bolsa agarrada con las dos manos.
—Me olvidaba, para que tengas algo lindo para escuchar. Feliz cumple.
Liliana recibió el sobre de papel que decía "Discoteca Olocco". De adentro sacó un Long Play. En la tapa se veía la foto de un cantante de perfil. Arriba en letra imprenta se leía: "Roque Narvaja. Octubre (mes de cambios)".


Podés escuchar el disco acá

Comentarios

  1. Y viene con la cortina musical incluida! Otra que empezar el día con el noticiero.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuando consiga meter un transmisor de olores les voy a meter toneladas de Ambré de Watteau, Loción 7 brujas, colonia Gelatti y Crandall

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El idioma de la abuela Rebeca

La abuela Rebeca nació en 1912 en una colonia agrícola de la provincia de Santa Fe. Criada entre inmigrantes no supo de la existencia del idioma castellano hasta que tuvo que ir a primer grado. A pesar de esta situación fue entre siete hermanas la única que completó la escuela primaria y la secundaria (hubo un hermano varón que llegó a ser médico, pero para eso era varón). Este contacto tardío con el español podría haber sido de una de las causas del uso tan extraño de la lengua que hacía mi abuela. No debemos descartar que en su casa los mayores hablaban poco. Su madre distaba de ser instruida y su padre callaba resignado ante la vida  que su mujer y sus hijos le daban. Eso sí, a la hora de maldecir e insultar, mi bisabuela podía blandir la chancleta acompañándola  de gritos de guerra en variados lenguajes eslavos, germánicos o semíticos.   Su repertorio favorito incluía expresiones tales como “Juligán” “Ipesh” o “paskuñak”. No se (ni sabré nunca) si a la hora de construir una fras

Un Plato de guiso.

Susana nació en la mitad del siglo veinte. No acostumbra dar  datos exactos sobre la fecha. Ya bastante pesado le cae el apelativo “sexagenaria” como para abundar en detalles o precisiones. Ahorremos el espacio del relato de su infancia. No hay allí nada relevante. Fue una cordobesa más, de una clase media educada, que llegó a la adolescencia en los 60. Como a casi todas sus contemporáneas, la época le cargó el imperativo revolucionario en la espalda: una muchacha moderna debía ser sexualmente emancipada y políticamente comprometida. Aunque sus padres, conservadores,  la habían enviado a un colegio de monjas, no tuvieron en cuenta o no supieron que la orden de las Hermanas Mercedarias había abrazado el Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación. Fue así que la formación intelectual de Susana abrevó en esa masa diversa que suelen llamar progresismo: un poco de marxismo, algo de religión, bastante de voluntarismo y mesianismo, algo de literatura y música. Terminó la secund

Siesta.

Maté a un niño. ¿Soy un monstruo? Fue mucho más fácil de lo que pensaba. Acabo de entender que ni siquiera hace falta ser inteligente para matar. Por el tamaño ni siquiera va a costar deshacerse del cuerpo. En una bolsa de consorcio entró bien. Raro. Nunca me imaginé que fuera así. Debe ser porque la literatura va creando una imagen ligeramente distorsionada de las cosas. Siempre pensé en que estas situaciones eran el resultado de la perversidad, la locura, o el cansancio; como en ese cuento de Chejov, donde la niñera ahoga al bebé. No. Las razones pueden ser infinítamente más pedestres. Infantiles incluso. ¿Dije infantiles? Si. Ahora me doy cuenta. El paisaje era el mismo. ¿Para qué inscribí a mi hijo en la misma escuela a la que fui yo. Tendría que haberlo pensado antes. Una persona con una memoria como la mía nunca termina de hacer desaparecer la basura que va juntando en el fondo de los recuerdos. Tampoco perdona. No importa. Ya sucedió. No es relevante.  ¿Éste es el monstr