Ir al contenido principal

La novia del guerrero (15)

No le gustaba estar encerrada en el departamento y sin embargo llevaba dos días sin salir. Liliana tenía la cara hinchada y sabía que exponerse al aire frío o al sol, solamente podían aumentar la inflamación. De todas maneras, algo bueno había resultado de esta última crisis de la rosácea: Sibila había enterrado el hacha de guerra y había dejado de hacer preguntas inconvenientes.
Sentada delante del televisor, Liliana empezó a pensar en vaguedades hasta que estableció que desde el encuentro con Raquel y Moncho en “El Ruedo”, estaba soportando una muy mala racha de preguntas. La inspectora en la escuela, su hija, la Susy, Cacho e Irina Monti. Pero entre todos los malos momentos que había soportado, la entrevista con Monti era lo que más la había perturbado. Había algo pernicioso en esa mujer, y no llegaba a definirlo.
Apagó el televisor y se quedó unos minutos mirando el reflejo de la habitación en la pantalla oscura. Se levantó a buscar una revista y al volver a verse en el cristal de la tele se acordó de la mancha de aceite. Hacía años que no pensaba en eso, y sin embargo volvió a sentir la misma molestia. Habría tenido unos ocho años cuando acompañó a su papá al taller de unos armenios de la calle Suipacha. Mientras don Petrini conversaba con el mecánico, Liliana se distrajo mirando su reflejo en un charco de agua que la lluvia de la noche anterior había formado a través de una gotera. Lo que veía le gustaba, hasta que empezó a notar que la imagen cambiaba. Primero unos matices irizados; después, la presencia de una forma oscura que se superponía y borraba la suya.
Tardó en entender lo que pasaba. El aceite perdido por algún motor se mezclaba con el agua. De todas maneras, tuvo la sensación de que se le había revelado que en el universo había una potencia, esa mancha, que tenía la capacidad de corromper todo lo que alcanzara.
Parada al lado del sillón trató de controlar el vértigo. La mancha era ahora Irina Monti. Pero había cambiado de métodos. Ahora, para disolver, había usado afirmaciones y preguntas. Cada uno de los “sin embargo” y los “¿está segura” habían sido mazazos en la estructura de sus recuerdos. Para tranquilizarse y recuperar las certezas, Liliana se sentó en el piso delante del combinado, para mirar la foto de su cumpleaños. Necesitaba volver a retener todos los detalles. Pero entonces sucedió algo desagradable.  Notó que en la foto que tanto atesoraba no aparecían Elenita y Carmen. Y sin embargo ella recordaba perfectamente que ellas habían estado allí, junto con sus compañeros.¿Acaso era posible que esa foto no correspondiera al cumpleaños? ¿O pudiera haber sido del cumpleaños, pero Elenita y Carmen no habían ido? ¿Y si había sido así, y ella agregó a sus primas al recuerdo? Ninguna de las posibilidades la tranquilizaba.
—Pero las pastillas sí—, se dijo. Bajó las persianas, duplicó la dosis de ansiolíticos, y se metió al dormitorio.
Fin de la primera parte

Comentarios

Entradas populares de este blog

Precisión histórica y aburrimiento: El caso de "El Hombre del Norte"

      Una de las primeras cosas que se aprendía en la carrera de historia era las diferencias entre historia e historiografía, y entre los datos y la reconstrucción o relato histórico. Para hacerla cortita, uno tenía que tener claro que cualquier historia que se relatase, terminaría de alguna manera hablando también de nuestro tiempo, además del período que pretendía reconstruir.     Otra cosa que se aprendía, pero con el correr de los años y las lecturas, era que la precisión y la calidad científica no se emparejaba así nomás con la calidad literaria. Nadie dudaba de la genialidad de Tulio Halperín Donghi, pero tampoco había estudiante alguno que se entusiasmara con su prosa.     Por otra parte, y esto lo aprendí saltando entre la escuela de Historia y la de Letras, me fui enterando que la coherencia de los relatos, depende muchas veces de las reglas internas del universo que crea el autor. A veces una aventura espacial era más creíble que una crónica periodística.     Todo esto viene

Baigorria (6)

Sin la cámara de fotos, sin el grabador, y sobre todo sin el permiso de mi hija Rújale, salí a buscar pistas sobre los chinos que habían robado el papamóvil. Empujado por la promesa de Gómez de que conseguiría unos dineros de la cooperadora policial como recompensa a mis tareas, dejé el galponcito de la calle Antranik. Ya en la vereda me di cuenta de que no tenía demasiadas puntas por donde empezar a desanudar el ovillo.

Versiones 2: Ne me quitte pas

“...l’ombre de ton chien...”  repite Dina mientras la voz de Jacques Brel suena en un taxi que la lleva por Boulevard Chacabuco. Hacía años que no lo escuchaba. Recuerda la sensación de ridículo que le producía escuchar “Ne me quittes pas” . ¿Quién podía ofrecerse a ser la sombra de un perro? Existían personas capaces de sentir así? Mientras el vuelve a su casa, estrofas enteras toman por asalto su cabeza: “...Oublier ces heures Qui tuaient parfois A coups de pourquoi Le coeur du bonheur...” “Matar a golpes de por qué el corazón de la felicidad”. Detenidos en el semáforo de Plaza España siente que el corazón se le encoge de dolor. Quiere llorar. No puede. Le da vergüenza. Está el conductor. “No me dejes” ¿Quién dejó a quién? ¿Su marido se fue? ¿Cuándo? La ruptura se había producido antes de la partida.¿Pero había realmente una ruptura? ¿Acaso sentía algo por Esteban? Pregunta incorrecta. ¿Sentía? ¿Tenía capacidad para sentir? A la altura de Plaza Alberdi llega a una conclusión. Si alg