Cacho tenía buen aspecto. A diferencia de Moncho, no había subido de peso y conservaba todo el pelo en la cabeza. Tanto la ropa como el color bronceado de la piel, coincidían con la imagen que Liliana se hacía de los argentinos que triunfaban en Europa. Después de un minuto de análisis le surgió una duda:
—Si vivís en Londres, ¿por qué estás tan tostado?
—Antes de que le diera el stroke a mi vieja estaba vacionando en España.
—Ah, claro.
Liliana no sabía por donde abordar la charla. Le molestaba el aspecto de Cacho. En el fondo le provocaba una profunda insatisfacción comparar sus propios logros con los de su amigo.
—…¿y qué tal España en verano?
—Vos sabés. ¿No viviste ahí con el padre de tu hija?
Liliana trató de no contestar en forma violenta. A pesar de que con Moncho y la Susy se permitía ser desconsiderada, de chica había aprendido que tenía que andar con cuidado con Cacho.
—No Cacho. Por si no te acordás, mi exmarido no es el padre de Sibila. Además, él era de allá,y se volvió después del divorcio.
—Beg you pardon. Me olvido. Hace tanto que no vivo acá que las historias se me confunden.
Mientras acomodaba la taza de té, Cacho se sobresaltó por el sonido de su teléfono. Pidió disculpas por interrumpir la charla y atendió. Liliana se sintió aliviada y pensó en cual sería la manera de remontar el fastidio que le provocaba toda la situación. Después de la entrevista con Monti, se había hecho el propósito de evitar encontrarse con Cacho, pero la insistencia de Raquel había sido tan persistente que había preferido acceder. Después de todo, media hora de conversación le parecía más tolerable que una semana entera de reclamos por parte de su amiga.
Cacho, mientras tanto, conversaba en inglés. Liliana supuso que hablaba con la esposa y aprovechó para mirar alrededor suyo. No le gustaban los centros comerciales; y de los muchos que había en Córdoba, el que menos le agradaba era justamente ese, el Libertad de barrío General Paz. No recordaba porque había aceptado citarse ahí y se lo preguntó a Cacho, que había terminado la llamada de teléfono. Cacho le explicó que lo habían decidido por una cuestión de comodidad:
—Cuando te hablé me dijiste que hoy tenías cita con el dermatólogo en el Hospital Italiano y yo te dije que como mi vieja estaba internada en la Clínica Reina Fabiola, este era un lugar equidistante y práctico.
—Si, fue por eso.
Liliana empezó a pensar:
—Equidistante y práctico. Práctico y equidistante. Práctico, práctico, práctico. Poco comprometido. Equidistante, distante. Cacho siempre fue así. Nada que ver con el Renguito.
Con la imagen de César Carlos en la cabeza, Liliana volvió a hablarle a Cacho:
—¿Por qué se te ocurrió decirle a Monti que escribiera sobre el Renguito?
—A mi no se me ocurrió dear, A mi me buscó Monti, por indicación de Tito. Cuando le pregunté a quienes había entrevistado noté que Tito no le había sugerido ni tu nombre ni el de Raquel. Seguramente ustedes siguen peleados por esa cosa que nunca explican de Buzios. Pero a mi me pareció que sin Raquel y vos la historia no cierra y le dije que las hable.
Liliana trató de no irritarse, pero había algo en la parsimonia británica adquirida por Cacho que la descentraba sobremanera. Sobre todo cuando decía dear.
—¿Y la Susy no pintó nada acá?
—Vamos Lil’, vos y yo sabemos que la Susy siempre fue una nulidad en esta historia.
Liliana empezó a ponerse colorada. Estaba a punto de iniciar una de sus escenas de indignación contra el mundo, cuando Cacho, sin levantar la voz, le dijo terminantemente:
—Don’t dare to overreact, dear. Te conozco demasiado bien como para aguantarte un episodio de estupidez adolescente.
Liliana tuvo ganas de gritar y pegarle a Cacho en la cara, pero si lo hacía, le daría la razón en sus afirmaciones, así que haciendo un esfuerzo enorme, se contuvo y trató de que le bajara el color de la cara.
—Te equivocás Cacho. No me vés desde le el año noventa y cinco. Todos hemos cambiado.
—Me imagino que si. ¿Terminaste tu té?
—Si.
—¿Por qué no salimos al parque a fumar?
—Dejé de fumar hace años. Un poco después de la última vez que nos vimos.
—Congratulations. I don’t. Acompañame igual, que recién puedo entrar a ver a mi vieja en media hora.
Se levantaron de la mesa del patio de comidas, atravesaron el estacionamiento y cruzaron al parque del Museo de la Industria. Caminaron un rato en silencio hasta que llegaron al frente de la Casa Giratoria. Cacho se detuvo. Liliana notó que estaba al mismo tiempo conmovido e incómodo. Le pareció ver le brillaban los ojos como si fuera a llorar. Olvidándose del malestar que sentía, tuvo el impulso de acercarse y pasar el brazo por la espalda del amigo.
—¿Estás bien Cachito?
—¿Qué hace esta casa acá?
—La trajeron en el 2002. La iban a demoler. Pero como era patrimonio histórico, finalmente la trasladaron.
—¿Te acordás en que esquina estaba?
—Si Cachito, cómo no me voy a acordar.
Hasta que se hizo la hora en que Cacho podía entrar en la Unidad de Terapia Intensiva a ver a su madre, caminaron por el parque en silencio. Sin comentarlo, los dos pensaban en una tapa de diario, con la foto del cuerpo del Renguito tirado en la esquina de Paraná y San Lorenzo, frente a la Casa Giratoria, una mañana de 1975.
—Si vivís en Londres, ¿por qué estás tan tostado?
—Antes de que le diera el stroke a mi vieja estaba vacionando en España.
—Ah, claro.
Liliana no sabía por donde abordar la charla. Le molestaba el aspecto de Cacho. En el fondo le provocaba una profunda insatisfacción comparar sus propios logros con los de su amigo.
—…¿y qué tal España en verano?
—Vos sabés. ¿No viviste ahí con el padre de tu hija?
Liliana trató de no contestar en forma violenta. A pesar de que con Moncho y la Susy se permitía ser desconsiderada, de chica había aprendido que tenía que andar con cuidado con Cacho.
—No Cacho. Por si no te acordás, mi exmarido no es el padre de Sibila. Además, él era de allá,y se volvió después del divorcio.
—Beg you pardon. Me olvido. Hace tanto que no vivo acá que las historias se me confunden.
Mientras acomodaba la taza de té, Cacho se sobresaltó por el sonido de su teléfono. Pidió disculpas por interrumpir la charla y atendió. Liliana se sintió aliviada y pensó en cual sería la manera de remontar el fastidio que le provocaba toda la situación. Después de la entrevista con Monti, se había hecho el propósito de evitar encontrarse con Cacho, pero la insistencia de Raquel había sido tan persistente que había preferido acceder. Después de todo, media hora de conversación le parecía más tolerable que una semana entera de reclamos por parte de su amiga.
Cacho, mientras tanto, conversaba en inglés. Liliana supuso que hablaba con la esposa y aprovechó para mirar alrededor suyo. No le gustaban los centros comerciales; y de los muchos que había en Córdoba, el que menos le agradaba era justamente ese, el Libertad de barrío General Paz. No recordaba porque había aceptado citarse ahí y se lo preguntó a Cacho, que había terminado la llamada de teléfono. Cacho le explicó que lo habían decidido por una cuestión de comodidad:
—Cuando te hablé me dijiste que hoy tenías cita con el dermatólogo en el Hospital Italiano y yo te dije que como mi vieja estaba internada en la Clínica Reina Fabiola, este era un lugar equidistante y práctico.
—Si, fue por eso.
Liliana empezó a pensar:
—Equidistante y práctico. Práctico y equidistante. Práctico, práctico, práctico. Poco comprometido. Equidistante, distante. Cacho siempre fue así. Nada que ver con el Renguito.
Con la imagen de César Carlos en la cabeza, Liliana volvió a hablarle a Cacho:
—¿Por qué se te ocurrió decirle a Monti que escribiera sobre el Renguito?
—A mi no se me ocurrió dear, A mi me buscó Monti, por indicación de Tito. Cuando le pregunté a quienes había entrevistado noté que Tito no le había sugerido ni tu nombre ni el de Raquel. Seguramente ustedes siguen peleados por esa cosa que nunca explican de Buzios. Pero a mi me pareció que sin Raquel y vos la historia no cierra y le dije que las hable.
Liliana trató de no irritarse, pero había algo en la parsimonia británica adquirida por Cacho que la descentraba sobremanera. Sobre todo cuando decía dear.
—¿Y la Susy no pintó nada acá?
—Vamos Lil’, vos y yo sabemos que la Susy siempre fue una nulidad en esta historia.
Liliana empezó a ponerse colorada. Estaba a punto de iniciar una de sus escenas de indignación contra el mundo, cuando Cacho, sin levantar la voz, le dijo terminantemente:
—Don’t dare to overreact, dear. Te conozco demasiado bien como para aguantarte un episodio de estupidez adolescente.
Liliana tuvo ganas de gritar y pegarle a Cacho en la cara, pero si lo hacía, le daría la razón en sus afirmaciones, así que haciendo un esfuerzo enorme, se contuvo y trató de que le bajara el color de la cara.
—Te equivocás Cacho. No me vés desde le el año noventa y cinco. Todos hemos cambiado.
—Me imagino que si. ¿Terminaste tu té?
—Si.
—¿Por qué no salimos al parque a fumar?
—Dejé de fumar hace años. Un poco después de la última vez que nos vimos.
—Congratulations. I don’t. Acompañame igual, que recién puedo entrar a ver a mi vieja en media hora.
Se levantaron de la mesa del patio de comidas, atravesaron el estacionamiento y cruzaron al parque del Museo de la Industria. Caminaron un rato en silencio hasta que llegaron al frente de la Casa Giratoria. Cacho se detuvo. Liliana notó que estaba al mismo tiempo conmovido e incómodo. Le pareció ver le brillaban los ojos como si fuera a llorar. Olvidándose del malestar que sentía, tuvo el impulso de acercarse y pasar el brazo por la espalda del amigo.
—¿Estás bien Cachito?
—¿Qué hace esta casa acá?
—La trajeron en el 2002. La iban a demoler. Pero como era patrimonio histórico, finalmente la trasladaron.
—¿Te acordás en que esquina estaba?
—Si Cachito, cómo no me voy a acordar.
Hasta que se hizo la hora en que Cacho podía entrar en la Unidad de Terapia Intensiva a ver a su madre, caminaron por el parque en silencio. Sin comentarlo, los dos pensaban en una tapa de diario, con la foto del cuerpo del Renguito tirado en la esquina de Paraná y San Lorenzo, frente a la Casa Giratoria, una mañana de 1975.
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