Nota: Una versión anterior de esta entrada estuvo publicada un tiempo con el título de "Una que quería ser moderna" Esta es la versión corregida y aumentada. Para aquellos que ya habían leído el texto, pido disculpas por el aburrimiento.
apoteosis.
(Del lat. tardío
apotheōsis , y este del gr. ἀποθέωσις
'deificación' ).
1. f. Ensalzamiento de
una persona con grandes honores o alabanzas.
2. f. Escena espectacular
con que concluyen algunas funciones teatrales, normalmente de géneros ligeros.
3. f. Manifestación de
gran entusiasmo en algún momento de una celebración o acto colectivo.
4. f. En el mundo
clásico, concesión de la dignidad de dioses a los héroes. Consistía en la
construcción de una gran pira funeraria. Al incendiarla se suponía que el alma
se elevaba junto con los dioses.
Sobre Cunegunda
María Novilo Jofré la crítica nunca llegaba a un acuerdo: la mitad pregonaba su
genio, su prosa ingeniosa, su chispa y erudición; el resto sostenía que era una
pelotuda de fuste con la única habilidad de hacer prensa de sí misma.
Afirmar en un
artículo su pertenencia al arte literario habría irritado profundamente al
sujeto de nuestras cavilaciones ya que ella se definía como una artista
integral. Limitarla a la escritura era un crimen inadmisible. Era desconocer
sus aportes al teatro, la danza, la dramaturgia, la música, la actuación, la
pintura, la historieta, el grafiti y la performance. Se definía como una
artista total (totalmente pedante, dicen todavía los detractores). No podría
decirse que nada de lo que producía era enteramente original, o novedoso o
siquiera vanguardista. Tampoco su obra se enmarcaba en el "epatismo".
Pretendía la autonomía de un arte artístico, era en todo caso
"ombliguista".
El lugar común de
todos los esquicios biográficos de un artista es afirmar que ya desde los juegos infantiles se notaba
su talento para la música, la literatura, o cualquier otra disciplina.
Cunegunda escapa a este tópico ya que su ocupación desde que supo caminar hasta
bien entrado el cursado de segundo grado era comer tierra. No había maceta de
la casa paterna que escapara a su afición. Quizás fue aquí que forjo ese amor
profundo por el suelo que plasmó años mas tarde en una serie de sonetos, los
que a su vez fueron la base de su celebrado ciclo de Bagualas “A la tierra yo
le canto”.[1]
La escolaridad de un espíritu libre como ella
no sería fácil. Afortunadamente sus padres creían fervientemente en el ideario
pedagógico del movimiento de Escuela Nueva, por lo cual encontró en la “Luz
Vieyra Mendez” la institución que le diera el lugar para que su talento
floreciera. El aprendizaje de la lectoescritura fue para ella una aventura que
duró hasta cuarto grado. Su afán inventivo la llevaba a experimentar con alteraciones
léxicas, semánticas y semióticas. Más de una vez este afán creativo fue
confundido por algún profesor, no demasiado imbuido de la pedagogía moderna,
con dislexia, dislalia o disgrafía. Pero esto no detenía el tornado expresivo
de esta niña: su altísimo grado de autoestima y autoreferencialidad la eximía
de la necesidad de consultar a la crítica o de necesitar un profesor o un
director.
Apenas entrada en
la adolescencia se convenció de ser un diamante en bruto. Un par de aciertos,
más debidos a la frescura adolescente que a un verdadero talento, la afirmaron
en el camino a seguir. Cómo el arte brotaba espontáneamente de sí, y ella misma
era una creación singular, no necesitaba comparación alguna; las escalas,
fueran naturales o cromáticas, nada significaban. Algunas personas que la
escucharon cantar ponderan su audacia. Otros solo recuerdan una leve migraña.
La renovada
popularidad de las prácticas "performativas" le permitió pasar
la década del 80 subida a la
cresta de la ola, subida a un andamio, subida a un piano, subida a una pila de
basura, subida. Muchos grupos de teatro independiente se vieron beneficiados
por su presencia. Generalmente los directores consideraban que la experiencia
era tan fructífera que no dudaban en sugerirle que partiera generosamente a
ofrecer su talento a algún otro grupo que todavía no hubiese tenido la alegría
de su presencia. Cuando comenzaron los 90 ya se consideraba una artista
formada. Su desarrollo era tan autónomo de la pretensión pedagógica de los
talleres por donde pasó, que consideró que no necesitaba citar a ningún maestro
en su currículum; gesto que los maestros agradecían.
A los veinte años
el mundo era suyo. Estuvo en todos los lugares donde hubo que estar: La
cochera, el TIC, el patio del Avevals, Fra Noi, el teatro de La Luna, Factory,
Varsovia, Ángelus, el bar Castelar, la galería del teatro….., cualquier sitio
que recordemos de la maravillosa bohemia de aquellos años sintió su paso. Andaba
por el mundo con un dejo de desapego, indolencia e informalidad, que la pequeña
oligarquía de provincias gustaba llamar "nonchalance".
De hecho gran parte de sus usos venían por la férrea adhesión, o la
igualmente tenaz oposición a las costumbres de esa clase social a la que hacía
ya tiempo su familia había dejado de pertenecer. Hablaba con un aire gangoso,
inexpresivo y distante, o según como se viese, gracioso, seductor e
irresistiblemente aniñado. De su árbol genealógico se descolgaban ramas de
fundadores, escribanos, prominentes fiscales, alcohólicos, adictos a los
calmantes, señoritas preciosamente inútiles.
Mientras fue
joven gozó de la aprobación que genera esa forma rara y democrática de belleza
de las crías de alcurnia. Podía permitirse ir disfrazada de los rezagos del
arcón de la abuela (se presentaba con dudable acierto genealógico como
descendiente de aquella Teodelina Villar inmortalizada por Borges)y era
igualmente aplaudida por hacer honras a la pretendida elegancia familiar o ser
audaz y ecléctica. El hecho que coronó sus años maravillosos fue el viaje a
Europa donde se embebería del hacer de numerosos núcleos artísticos, todos los
cuales, al igual que en la Argentina, no tardaban en recomendarle que se
dirigiera a favorecer a otros con su saber hacer.
Pasados los
treinta años el mundo empezó a volverse menos amigable. Había regresado de
Europa un poco contrariada y taciturna. Otra vez las versiones son distintas:
los amigos hablan de que su intuición le reveló que el viejo continente era eso,
viejo, y que su arte nunca florecería allí; los detractores dicen que le
pusieron una tremenda patada en las nalgas, luego de explicarle que, para hacer
estupideces narcisistas, los europeos ya habían transitado sobradamente los
años 60. Instalada nuevamente en Córdoba sus caprichos eran menos festejados.
Una nueva generación de tilinguitas de alcurnia había llegado para tomar la
posta. El repertorio de textos leídos para impresionar había pasado de moda, o
habían dejado de parecer extraños y esotéricos: nadie movía una ceja ya al
escuchar citar a Deleuze, o a Balandier. No disfrutaba del kitch como para
poder reírse de sus pasadas aventuras. Carecía del ingenio para ser
autoparódica. Tampoco le iba bien en sus relaciones de pareja: luego de un
sonado affaire con un joven director (del cual todos menos ella conocían su
visible homosexualidad) estableció una intrincada convivencia con un joven
profesor, militante de izquierdas. Parecía un capricho más, un intento de
extender la provocación, y sin embargo duró unos largos cinco años. El
naufragio definitivo lo produjo un iceberg con forma de premio literario que
este hijo de almaceneros ganó de buenas a primeras, relegando a Cunegunda María
al triste segundo plano de la consorte de la "nueva voz de la literatura
local"
El mundo nunca
volvió a ser el mismo. Con el premio en la mano, el escritor se fue a vivir con
una alumna. El pequeño círculo de acólitos de Cune, la miraba con poca piedad,
y bastante sorna. Se puso de moda leer cualquier texto que publicaba su
ex como una referencia no muy velada a los usos, modales y zonceras varias de
los Novillo Jofré.
Cunegunda María
resistió con entereza sin darse por aludida: si un parvenu del mundo del arte como su ex, podía tener éxito, ella
podría sin duda superarlo. Animada por el éxito de Cristina Bajo y la saga de
los Osorio, consideró que su familia merecía también una obra extensa que
culminara con la historia de su propio ascenso al parnaso del arte cordobés.
Después de un año a dos mil palabras por día, salvo las fechas patrias y
cumpleaños, se presentó ante el responsable de Ediciones del Boulevard con 2880
palpitantes páginas. El señor Montoya comentó que sintió la misma emoción que
debió arreciar al editor francés que tuvo en sus manos el original del Ulises
de James Joyce: no entendió una palabra. Amigablemente le explicó que el
mercado editorial no se encontraba listo para una obra de esa envergadura, pero
que siempre podía probar con la autoedición. Cune decidió que la aventura bien
merecía sacrificar los últimos euros
ahorrados y con una tirada de 2880 ejemplares (le gustaban las simetrías) organizó una
reluciente presentación para el día 20 de diciembre del 2001.
Quiso que el evento
fuera la apoteosis definitiva, que la colocara con fijeza en el lugar que se
merecía. Pero el destino puede ser cruel aún cuando cumple con nuestros deseos.
Lo que sucedió fue apoteótico pero no en la acepción que ella suponía. El local
que había reserva do para el evento estaba al lado de un mercadito que la turba
enardecida de aquellos aciagos días, atacó y saqueó. Para finalizar su obra
destructiva, buscaron con que quemar todo. Una mujer, una Ménade, una Bacante, montó
una enorme pira con los libros de Cunengunda.
Después del incendio Cunegunda dejó de
intentar. Encontró un pequeño puesto directivo en una biblioteca, donde sus
viejos laureles ya no sirven ni para recordarle sus pasadas glorias ni para
condimentar una salsa. A esta altura y pasados largos los cuarenta años, la
belleza de la nonchalance fue
remplazada por la figura de una señora desgarbada que camina entre los estantes
y los ficheros.
[1] Recordemos que esa magna
obra comenzaba con el verso “A ti tierra
yo te canto / tu que me das de comer”
Lindo detalle, el de la simetría.
ResponderEliminarA veces nos cruzamos en el atrio de los Capuchinos, pero ya no me saluda.
¿Qué más decir? Un brindis por los Ochentas.
El Castelar? Pordióooo
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