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Un Plato de guiso.


Susana nació en la mitad del siglo veinte. No acostumbra dar  datos exactos sobre la fecha. Ya bastante pesado le cae el apelativo “sexagenaria” como para abundar en detalles o precisiones. Ahorremos el espacio del relato de su infancia. No hay allí nada relevante. Fue una cordobesa más, de una clase media educada, que llegó a la adolescencia en los 60. Como a casi todas sus contemporáneas, la época le cargó el imperativo revolucionario en la espalda: una muchacha moderna debía ser sexualmente emancipada y políticamente comprometida.
Aunque sus padres, conservadores,  la habían enviado a un colegio de monjas, no tuvieron en cuenta o no supieron que la orden de las Hermanas Mercedarias había abrazado el Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación. Fue así que la formación intelectual de Susana abrevó en esa masa diversa que suelen llamar progresismo: un poco de marxismo, algo de religión, bastante de voluntarismo y mesianismo, algo de literatura y música. Terminó la secundaria, preñada de ideas de liberación y revolución.
Dispuesta a poner el mundo de cabeza se inscribió en Filosofía y Humanidades. Pasó muchas noches discutiendo detalles insignificantes de textos incomprensibles. Gritó consignas, marchó, pintó y manifestó. El Cordobazo la encontró subida a un banquito en la Ciudad Universitaria, pregonando el comienzo del fin del orden burgués. Participó del imaginario colectivo de la llegada de un mundo mejor y la creación de un mundo nuevo.
Era permeable a las modas intelectuales. Las diversas lecturas provocaban cambios, mutaciones en sus costumbres. De niña quería ser sensible y audaz como la heroína de “Mujercitas”. Ya en la universidad tomó modelos más comprometidos como Simone de Beauvoir, de quién había devorado  “El segundo sexo”, Pero la brújula sin norte que la orientó en su juventud fue  “Rayuela”. De la novela de Cortázar sacó la costumbre (muy común en esa época) de querer parecerse a La Maga, bañarse poco, y dar respuestas elusivas. Pensaba que eso la hacía más interesante. Practicaba sobre todo el ser imprecisa con las citas. Si un encuentro no sucedía, no se debía a su impuntualidad y desdén, sino a que el cosmos no lo había querido. ¿Acaso a Olivera no le pasaba, que por más que buscara a la Maga en Paris no la encontraba?
Participó de una agrupación política definida como revolucionaria en sus ideas pero  que en la práctica se acercaba más a la gauche divine. Compartía con sus compañeros de militancia un profundo desprecio hacia los hippies y las drogas. No era que no las hubiera consumido. De hecho atravesó gran parte de los exámenes de la carrera de Historia montada en enormes cantidades de anfetaminas. La lógica de su razonamiento era que, al consumir una sustancia que se compraba en una farmacia, aprovechaba las oportunidades que brindaba la ciencia química. No como los fumadores de porro, que retrasaban la llegada de la revolución socialista, a fuerza de consumir un yuyo claramente difundido por la C.I.A. para distraer a la juventud del camino correcto.
Ocupada como estaba en preparar, o mejor dicho acelerar, las condiciones para la transformación social, Susana no se interesó en cuestiones domésticas básicas como aprender a cocinar, coser,  o como tender correctamente una cama. Después de todo, en la casa de sus padres había una empleada cama adentro que se ocupaba de todo. Esta señora, Normita, era además el banco de pruebas de los experimentos sociológicos de Susana. Primero intentó alfabetizarla siguiendo las directivas de Paulo Freire. La experiencia fue tempranamente abortada cuando los padres de Susana se cansaron de encontrar que cada objeto de la casa de barrio Cofico, tenía pegado un cartelito con su nombre escrito en mayúscula, minúscula, cursiva e imprenta. El fracaso con la educación popular no la amilanó, y su siguiente intento fue proceder a descolonizar la mente de Normita. Convencida de que la cultura de masas no hacía otra cosa que justificar la imagen que el vencido tiene de si mismo, prolongando la explotación; Susana procedía a interrumpir el descanso y solaz de Normita cada vez que quería sentarse a disfrutar de un capítulo de “El amor tiene cara de mujer”. Primero intentó convencerla resumiendo las teorías de Balandier, pero la condición de ágrafa de la empleada dificultaba bastante las cosas. Esto llevó a la joven a probar con el arte: cuando se acercaba el horario de la telenovela llevaba a Normita a la rastra a ver alguna película al cine Sombras. La empleada aguantó estoicamente todo el cine polaco, el free cinema, y las películas de Cassavettes, solamente porque le permitían salir de la casa (recordemos que analfabeta como era, Normita no leía los subtítulos). Nuevamente la experiencia terminó con los furibundos gritos de los padres de Susana. Una vez que se le prohibió intentar nada más con Normita, no hubo razones para que Susana entrara a la cocina ni a ninguna otra área de servicio de la casa. Cualquier posibilidad de vínculo con actividades domésticas se perdió para siempre.
En lo que respecta a las relaciones de pareja, mostró un comportamiento un poco más conservador. El desprecio por la comodidad y el apoltronamiento burgués no era tan profundo como para emparejarse con un guerrillero e ir a perderse en la selva tucumana. Lo más parecido a mezclar el amor con la lucha armada fue cuando en la fiesta de carnaval de la boite Keops, asistió junto con un amigo del Jockey Club, disfrazados de Che Guevara y Compañera Tania. Susana sabía que un potencial marido debía garantizarle no menos de un frasco de perfume de Ruiz y Roca cada tres meses, y algún conjunto pret -a - porter de Fedora o Nancy. Después de todo no veía porque la revolución tuviera que estar en contra del buen diseño. Finalmente se casó con todas las de la ley con Marcos, un joven  arquitecto egresado de la UNC. La ceremonia religiosa se celebró en la parroquia Cristo Obrero.
La vida de casados de Marcos y Susana tuvo los mismos altos y bajos de la política argentina. Comenzó con la euforia del gobierno de Cámpora. Consideraban que todo era posible. El hecho de saberse jóvenes les daba un status distinto, se creían mejores que las generaciones anteriores. Tenían la certeza de que, una vez conseguido el objetivo de poner el mundo de cabeza,  iban a construir algo mucho mejor. Después de todo, para algo tenía un marido arquitecto. Se cometerían errores, seguramente, pero serían los tropiezos mínimos de toda gran transformación. Para establecer un ejemplo que nos ilustre podríamos tomar el “Devotazo”. En esa jornada triunfal de fervor juvenil se liberó a centenares de presos políticos, y en el arrebato y entusiasmo fugaron algunos presos comunes. De la misma manera, Susana sospechaba de algunas escapadas de Marcos, pero las consideraba poco importantes comparadas con la importantísima labor que ambos realizaban para cambiar la conciencia popular. Después de todo, pensaba, la fidelidad era una convención burguesa. Ya lo habían señalado Sartre y de Beauvoir.
A partir de  1974 aparecieron algunas señales preocupantes, los primeros incidentes. A pesar de que todavía disfrutaba de la exaltación de los primeros momentos de la vida de pareja, el comando de la cabeza de Susana se encontraba en plena lucha entre la derecha conservadora y la izquierda revolucionaria. Estaba descubriendo que para que la casa fuera habitable necesitaba de la asistencia de la clase obrera. Esta vez no se preocupó por desalienar al servicio doméstico sino que se empeñó en dejar claro quien ejercía la autoridad. Más de una vez tuvo que detener intentos foquistas de las empleadas por tomar el control. Los ataques, generalmente se concentraban en la conquista  del dormitorio. Susana entró en una severa crisis: no podía vivir sin servicio doméstico pero tampoco podía soportar la infiltración en su pareja. Su posición viró violentamente a la derecha contemporáneamente con la muerte de Juan Perón y la llegada al poder de Isabel Perón junto con José Lopez Rega. Susana buscó su propio brujo que la guiara. Necesitaba reconquistar áreas estratégicas de su marido que habían caído bajo el control revolucionario. Intentó varios trabajos con el asesoramiento de un curandero de barrio San Vicente. Alternó tácticas de inteligencia con ataques frontales. El éxito de los “trabajos” no se condijo con las expectativas de Susana. A pesar de haber enterrado una buena cantidad de sapos en jardines ajenos, quemar inciensos varios, y hacer comer a Marcos preparaciones extrañas, el comportamiento indómito de su marido no se modificaba. Hacia 1976 Susana llegó a la conclusión de que la batalla final debía ser cruenta, así que decidió calzarse las botas y atacar.
La certeza de que las relaciones ocasionales habían abierto la puerta a una tercera en discordia con carácter permanente, precipitó la decisión de militarizar el territorio. Marcos no sabía que le esperaban siete duros años de disciplina. Creyó, ingenuamente, que después del desorden de los primeros tiempos de la pareja, se hacía necesario sentar cabeza y recuperar algunos conceptos como “autoridad” o “subordinación”.  Al igual que el resto  del país, Marcos no se había dado cuenta que tanto el gobierno militar como Susana habían decidido imponerse sobre la base del sometimiento más férreo. No comentaremos mucho más sobre esos años.
Sobre el fin de esa etapa Susana parío a las mellizas, a las que en un rapto de borrachera patriótica llamaron María Malvina y María Soledad. Durante los efectos de la depresión posparto Susana perdió la fuerza, el poder para imponerse sobre Marcos. En el 83 Marcos volvió al poder en la pareja y le prometió a Susana que podían fundar una nueva relación basada en la confianza y la comunicación. Acorde con los tiempos y con el nuevo rol de padres supusieron que era cierto aquel slogan de que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Vivieron una primavera amorosa entre el 85 y el 87,  interrumpida por una serie de brutales crisis entre le 89 y el 91. Desde ese momento hasta el 99 se estableció una convivencia basada en el derroche y la indulgencia. Mientras Susana accediera a un nivel de consumo satisfactorio, Marcos disfrutaba de un estado de relativa libertad y paz.
En el 2001, sufrió los cacerolazos. La constructora de Marcos estaba en una estado ruinoso por malas inversiones. La figura de Susana estropeada por años de comida de rotisería y el país dado vuelta por la crisis política. Pero el cacerolazo de Susana fue muy diferente al que sufrió el resto del país. Preocupada por su salud, y tratando de ayudar a Mecha, una vieja amiga que pasaba por apuros económicos, decidió contratarla para que una vez por semana le prepara viandas saludables para guardar en el freezer. La cocina de Susana y Marcos se pobló de cacerolas y otros instrumentos casi  sin usar en lo que había durado el matrimonio. La casa se llenó del  olor de un un verdadero hogar, y Marcos recobró la costumbre de pasar a la hora del almuerzo. Susana estaba desconcertada pero no disconforme. Su marido estaba con ella y conversaba. Una cacerola hacía la diferencia. Sobre todo los días que la mujer preparaba guiso de lentejas con abundante chorizo colorado y panceta.
Marcos empezó a mostrar una afición desconocida por la comida. Buscaba recetas nuevas, compraba los ingredientes, opinaba sobre las formas de cocción. Susana no encontró nada de que preocuparse hasta que encontró a su marido revolvíendole el guiso a Mecha.
De esta humillación no hubo retorno. Podía entender la competencia de las chinitas cuando Marcos era joven, pero que su hombre se dejara tentar por una mujer de su misma edad y por algo tan pedestre como la cocina era la negación de todos sus valores. Juntó todos los libros de Bourdieu, Le Goff, Sartre, Barthes, y el “Cocina fácil para la mujer moderna” y los quemó sobre una hornalla.

Comentarios

  1. A Susana le salta la térmica -y cómo-

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  2. Susana sólo quería cambiarle el maquillaje a la sociedad. Seguramente hubo muchos como ella, pero no todos. Como suele pasar en todas las épocas, algunos se ajustan a modas intelectuales como quien se cambia la careta, y otros trabajan por ideales que llevan consigo mucho antes de que se pongan de moda.

    Saludos!

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    Respuestas
    1. Seguramente existieron y existen personas que fueron e irán más adelante que Susana, pero gracias a las Susanas y otros que andan por ahí, tengo material para poblar el blog. El trabajo de personaje tilingo tiene mucha gente dispuesta para ejercerlo.

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