Retumban desde lejos, como un eco
como un requiem: tus pasos son muy
lentos, majestuosos. Me llevo la mano
a la cara, me acomodo el cabello
(frondoso todavia, a mi edad) y te
miro llegando, ¿cómo puede la belleza
conjugarse en tus pisadas, en tus manos,
en tu pelo, en tu mirada triste, en el
borde de tu boca, en el ruedo de tu falda?
Evitamos mirarnos por un rato. Levantaste
la tapa del teclado del piano, y jugaste con
las teclas, sugiriendo una frase, golpeando
apenas con los dedos en las notas. ¿Qué
viene de afuera? Por la ventana se cuela el
ruido de una radio, un auto interrumpe tu
misterio. Tu belleza sigue entera, pero el
momento se ha quebrado. Quizás nunca
vuelva a verte así. De la esquina viene
un estruendo de vidrios rotos y metales
golpeteando, gritos, pasos, arrebatos.
Ambulancias, sirenas. Nadie ha muerto
pero siento que algo se ha perdido.
¿Cuantas veces más podrá revelarse
la belleza? ¿Una, dos? O nunca.
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