La abuela Rebeca nació en 1912 en una colonia agrícola de la provincia de Santa Fe. Criada entre inmigrantes no supo de la existencia del idioma castellano hasta que tuvo que ir a primer grado. A pesar de esta situación fue entre siete hermanas la única que completó la escuela primaria y la secundaria (hubo un hermano varón que llegó a ser médico, pero para eso era varón). Este contacto tardío con el español podría haber sido de una de las causas del uso tan extraño de la lengua que hacía mi abuela. No debemos descartar que en su casa los mayores hablaban poco. Su madre distaba de ser instruida y su padre callaba resignado ante la vida que su mujer y sus hijos le daban. Eso sí, a la hora de maldecir e insultar, mi bisabuela podía blandir la chancleta acompañándola de gritos de guerra en variados lenguajes eslavos, germánicos o semíticos. Su repertorio favorito incluía expresiones tales como “Juligán” “Ipesh” o “paskuñak”.
No se (ni sabré nunca) si a la hora de construir una frase cualquiera mi abuela manoteaba la sintaxis del ruso, el yidisch, el alemán o el rumano y la rellenaba con palabras en castellano, o pensaba y hablaba en castellano y completaba los baches léxicos con palabras del idioma que mejor le conviniera. Si a eso le sumamos la pretensión de ascenso social y el fingido refinamiento que practicaban los hijos de inmigrantes el resultado era por lo menos extraño en algunas ocasiones, y absolutamente demente en otras. Siempre recordaremos cuando con gesto pretendidamente aristocrático convidaba a sus visitas con canapés, almondiguillas, y otros platos sotisficados.
Hasta este punto del relato no tenemos nada demasiado diferente a lo que cualquier familia argentina ha tenido (quizás deberíamos cambiar ruso por italiano, croata, valenciano, ladino, húngaro, y los resultados son los mismos*) pero el condimento que hizo al idioma de la abuela único y singular fue la combinación extraña de dos factores: sordera y tecnología.
Desde la juventud se veía que Rebeca venía medio dura de oído, pero ya entrados los cuarenta fue el acabose. Fuera por cuestiones microcirculatorias, de esclerosamiento de tímpano, o neurológicas, iba quedando sorda como una tapia. Orgullosa además, no reconocía la existencia del problema e intentaba disimular con las estrategias tradicionales del sordo: la sonrisa, las contestaciones vagas, los cambios abruptos de tema. Pero como la madurez de la abuela fue contemporánea de la revolución tecnológica, sucedió que el mundo que conocía empezó a cambiar aceleradamente, y se vio rodeada de objetos nuevos cuyos nombres apenas intuía. Primero fueron las medias elastizadas, que para ella siempre fueron medias estilizadas. Luego aparecieron esos prodigios que permitían mirar cine en la comodidad del hogar: las vicecasseteras. Si había algún problema con insectos o roedores todo se solucionaba con unas fulminaciones.
A medida que la medicina progresaba el idioma de Rebeca disparaba en el sentido inverso. Cuando el diagnóstico por imágenes vino para ayudar a establecer los orígenes del problema fue sometida a un rayografía y a una ecología. Todo en vano. Nada mejoraba. Cuando intentaba emprender una conversación política como para demostrar su instrucción y altura, patinaba horrorosamente como sus comentarios sobre la situación del Tibet y su depuesto líder el Lama Dai.
Con el paso de los años la vejez no fue clemente con ella pero la sordera si. Era perfectamente capaz de soltar estentóreos pedos, absolutamente convencida de que se trataba de escapes silenciosos. Marginada de las conversaciones por falta de información y de oído, se fue cerrando junto con sus hermanas, tan sordas como ella, en un círculo donde se alternaba el silencio absoluto con el estruendo y el grito. Ya senil, el castellano fue dando paso nuevamente al yidisch, al ruso y el rumano, hasta que no tuvo más nada que decir.
*Verbigracia, el modo del tío Giusseppe al referirse al conflicto con Chile por las islas del canal de Beatles, o las costumbres evangelizadoras de los Testículos de Yekova
Un oasis de risa en el medio del laburo.
ResponderEliminarGracias Ale
Cesar
Ay!! como me haces reir!
ResponderEliminarcon mi abuela tuvimos un caso parecido,pero ella no era sorda,muy bueno Ale!!!
ResponderEliminarMica