Apenas
recuerdo otros detalles de aquel período de mi vida.
PATRICK
MODIANO. Más allá del olvido
1
La memoria no se organiza en un orden
cronológico. Mucho menos si los hechos se desarrollaron en un ambiente saturado
de porro y vino barato. Cuando Javier lo
intenta, lo primero que recuerda es que mientras le cantaban el Feliz
cumpleaños, la disposición de la escena era esta: su madre ya se había
acostado, su padre estaba en el medio del living, en piyamas y sosteniendo una
botella de whisky nacional, su amigo el Beto estaba echado en cuatro patas en
el piso, sus primos fumaban marihuana en
la cocina, Emilia discutía con dos amigos de Javier que decían ser fotógrafos
(presentaban como obra, una serie de
contactos de imágenes de soretes flotando en inodoros). No recuerda mucho más.
Dos o tres meses después las cosas dejaron de ser divertidas y la
desintegración empezó a chuparse todo como el remolino de la bañadera.
2
Emilia se cansó de los intentos de suicidio de
Javier. O bien Javier no tenía realmente decidido matarse, o era muy poco
inteligente a la hora de elegir los medios. El primer intento lo hizo
recolectando pastillas de las mesitas de luz de sus padres. Las machacó en el
mortero de hacer pesto, las mezcló con jugo de naranja y se las tomó con vino
tinto. Esa tarde Emi tenía que juntarse con Javi a preparar el exámen de
Lingüística. Como la casa de Javi era una romería constante no le pareció fuera
de lo común que la puerta estuviera abierta. Tampoco le prestó atención a la
ambulancia porque en ese barrio vivían muchas viejitas y con el calor anormal
que estaba haciendo ese septiembre no era raro que tuvieran que asistirlas. En
el primer patio se cruzó con el papá de Javier que, como siempre, estaba en
piyama. Después de saludarla le dijo que Javi iba a tardar, pero que si quería
podía pasar a la habitación a dar una mano para despertarlo. Cuando entró…. .
En la memoria de Emilia se ve todo en cámara rápida: Javi en la cama el
enfermero buscándole la vena para inyectarlo el médico le dice nena no te
quedés parada buscá una toalla en el baño mojala y dale en la cara para que no
se duerma hasta que lo podamos trasladar ¿que pasó? nena callate o andate pero no estorbes que no
estamos jodiendo así no pegale fuerte en serio bien parece que reacciona
correte nena saquen a ese viejo pelotudo que si me vuelve a ofrecer algo para
tomar mientras le reanimo el chico le inyecto aire y lo mato del síncope listo
lo vamos a trasladar ¿adonde? al neuro nena no jodas que tenés bastante cara de
avivada como este pendejito falopero.
3
Emilia, Pedro, Javier y Diego estaban comiendo
empanadas en La Alameda. Emilia estaba
sentada en un costado, enojada. Faltaban unos días para el cumpleaños de
Javier, y Pedro había venido de Buenos Aires especialmente para el festejo. No
le había avisado que venía y, a pesar de que, supuestamente, habían estado de
acuerdo en una relación abierta ahora que él estudiaba en la UBA, sentía que él
la estaba dejando de lado. La charla divagaba sobre temas varios que iban desde
las respectivas carreras, las novedosas
interpretaciones del Marxismo que hacía Pedro, o el estado del arte
contemporáneo. En este último asunto Diego se destacaba sobre los demás por su
increíble capacidad para parecer culto. Entrenado en la lectura de contraportadas,
encontraba que la carrera de letras no era tan sencilla como parecía, pero eso
no lo amilanaba a la hora de levantar la mano y opinar sin fundamento. Pedro y
Javier no le prestaban demasiada atención al proyecto de novela que Diego
exponía. Sin mucha relación con nada Pedro dijo que traía de su viaje un regalo
especial para Javier. Sacó un fósforo de la cajita amarilla de Fragata y lo
puso en el medio de la mesa. Javier sonrió ampliamente demostrando que tenía
una complicidad establecida con Pedro. Las caras de Diego y Emilia hacían
evidente que no sabían de que se estaba hablando. Javier los miró y dijo:
-Línea pelotudos; trajo de Buenos Aires merca de la buena- . El cumpleaños fue
dos días después.
4
El padre de Javier aparecía cada tanto en un piyama
celeste cargando una botella de whisky ordinario. Para los amigos de la familia
era el paisaje habitual. A los veintipico de años es raro que se tenga la
experiencia o la lucidez para reconocer
a un depresivo o un alcohólico. El viejo les parecía un snob (Emilia corregía a
Diego “No me parece que sea un snob. Snob significa sine nobiliate, y
el papá de Javier viene de una familia muy tradicional de Córdoba. En todo caso
es un excéntrico”). De todas formas era simpático y le encantaba relatar
una y otra vez la escena donde, durante el golpe de estado del 62 los milicos
le pidieron la renuncia y él contestó “Yo no renuncio, échenme” Pedro no
le prestaba mucha atención. Le convenía ser simpático porque el viejo les
facilitaba la llave de la bodeguita. A Diego, que era bastante imprudente, se
le ocurrió una vez preguntar cómo seguía la historia. El viejo se dio vuelta de
golpe y se quedo unos segundos en silencio. Después encaró para el pasillo y se
fue. Ahí se dieron cuenta de que a los militares no les había costado ningún
trabajo echarlo. Con una jubilación de privilegio y cierta fama de
constitucionalista formado, el viejo se dedicó a patinar el dinero. Primero
diversión, mujeres y alcohol. Finalmente
solo alcohol. La madre de Javi pensó que si volvía a quedar embarazada le daría
a su marido algo de que ocuparse. Y se ocupó. El hombre estuvo bien atento a
que cada acontecimiento desde la llegada de Javier a la familia estuviera
correctamente acompañado de bebidas.
5
El segundo intento de suicidio. No todos están de
acuerdo en cual fue exactamente el segundo. El incidente fue así: Javier se
despierta en la enfermería. Le arde la garganta. Le dicen que se quede quieto.
Que le lavaron el estómago. Que puede estar mareado todavía unas horas. Que
ahora que estaba reaccionando le iban a avisar a los padres. Que la situación
mejoraba. Que se quede tranquilo. Cada
vez que la enfermera decía “que”, Javier sentía que le pateaban la cabeza. Cuando la chica se da vuelta, él ve la
ventana. No le importa la posibilidad de lastimarse. No le importa la posible
dureza del vidrio fijo. Como puede, se baja de la camilla y salta. Escucha el
ruido, siente algunos cortes. Demasiado pronto el codo golpea contra el piso.
La enfermería está en una planta baja. Ahora no solamente tiene el ardor del
lavado de estomago: tiene un codo quebrado y algunos cortes menores. ¿Computa
esto como intento de suicidio?
6
“Damiana, Damiana, arrastrada” repetía Emilia como si fuera un mantra. Llevaba cinco cuadras
diciendo lo mismo y mordiéndose el costado del labio. Una cosa era leer sobre
la relación entre Beauvoir y Sartre y ponderar lo avanzado del planteo, y otra
cosa era saber que esa puta reventada de Damiana se había estado acostando con
Pedro. Sacando cálculos estableció que el asunto había empezado dos semanas
antes de que Pedro le dijera que no le parecía bien que con la distancia de por
medio insistieran en ese modelo de relación tan pequeñoburguesa. Emilia dijo
que si, porque pensaba que ella estaba
mucho más avivada que Pedro. Si el tarado hasta pensaba que ella era virgen la
primera vez que se acostaron. Además gozaba de la imaginar las caras de sus
compañeras cuando explicara el avanzado planteo de relación en el que estaba.
Ahora sí que no gozaba nada. De pequeña ninfa moderna se había convertido por
arte de magia en una pobre cornuda. “¡Por arte de magia no! Por esa bruja
amiga de Diego.” Y encima a Damiana, ese monumento a la histeria que
parecía sacado de un libro de psicopatología. Le encantaba calentar al idiota
de Diego y tratarlo de “hermanito”. Y el gordo pelotudo se dejaba toquetear. En
ese momento Emilia tomó la decisión de que, de alguna manera difícil de
entender, el culpable de todo era Diego por ser amigo de esa perra. Y por
presentársela a sus amigos. Y por ser tan nulo en la facultad. Y por opinar
idioteces. Y por no haber podido terminar de leer ni el estudio introductorio
del Ulises de Joyce. Y por creer que destrucción y deconstrucción eran
sinónimos. “No. Con este gordo pelotudo no voy ni hasta la esquina” Y
Emilia dejó de contestar las llamadas de Diego y no le devolvió el libro de
Coseriu con el que tenían que preparar el primer parcial de Semántica.
7
Diego necesitaba el manual de cátedra y en el
camino se encontró con Lina. La última vez que se habían cruzado fue en el Puré
Pub de la calle Montevideo. Habían quedado con Javier en ir a escuchar “El
final de los árboles” y se encontró con que tocaban los “Savia nueva”. Mucho no
le gustaba la banda, pero había que reconocer que el pibe Sosa le ponía onda
como frontman y tocaba la guitarra Kramer bastante bien. Lina y Emilia estaban
festejando el final de la secundaria con un grupo de compañeras. En el camino a
la barra vio como Javier, que había
llegado bastante antes, se acercaba a decirle algo al oído a Lina. A pesar de
que Lina le llamaba la atención se retiró discretamente a maldecir la suerte
propia y la audacia del amigo. Ahora, meses después, se encontraban al lado de
los ficheros de la biblioteca del Pabellón Francia y Lina buscaba conversación.
Diego todavía no entiende como a las dos horas y cuarenta minutos estaban
acostándose en la casa de Río Ceballos de sus abuelos.
8
Según los cálculos de Emilia, el tercer intento
de suicidio de Javier debe haber sido contemporáneo al momento en que la idiota
de Lina se bajaba al gordo pelotudo. Una más para agregar a la lista de
examigos. Según le contó Pedro una de las últimas veces que hablaron por
teléfono, Javier intentó cortarse las venas pero era tan ignorante de lo más
elemental de la anatomía que solamente se lastimó un tendón. Por lo menos no
había sido en el brazo de la quebradura. Dolorido (otra vez) se fue al baño a
meterse lo que encontrara. El padre, que habrá sido alcohólico pero no
estúpido, había escondido todo lo que tuviera forma de pastilla, menos el
desodorante de inodoro. Primero lo miró con asco pero a los minutos ya se lo
había masticado entero. Para que pasara mejor le echó unos tragos a la lata del
Fluído Manchester que la madre usaba para espantar las cucarachas y alacranes.
Otra vez el lavado de estómago pero con la precaución de avisarle al enfermero
que lo mantuvieran atado. Si hubo algún otro intento debió haber sido ya en la
clínica de Río Cuarto donde lo internaron.
9
La historia de Diego y Lina duró una semana o
menos. A Diego le sirvió para subir la autoestima. No debía ser un gordo
perdedor si había podido acostar a Lina. No estaba bien provista adelante pero
tenía el culo perfecto como una catedral. Como la relación fue bastante breve
no llegó a darse cuenta de la obsesión de Lina por la belleza. La reacción de
Lina, como era esperable, fue exactamente la opuesta. Una siesta en la que se
descubrió en el departamento de su madre, acostada con el gordo al lado, se
imaginó como una mujer obesa de las que bajan a hacer las compras con calzas y
remeras sueltas. La idea le pareció insoportable y empezó a maquinar la forma
de desparecer y borrar toda evidencia de su aventura con Diego. Pensó que algo
no estaba bien si primero había desbarrancado con Javier y después con Diego.
El primero era lindo pero el cóctel de antidepresivos y antisicóticos que le
recetaban le había quitado todo rastro de deseo sexual. El segundo podía ser
calificado de apenas simpático, pero como arrastraba veinte años de calentura,
estaba dispuesto a trabajar de perro para ella. No. Algo no
debía estar bien si los únicos hombres que atraía eran estos bocetos de
monumento al fracaso. Después de una rápida inspección concluyó que el problema
era su nariz.
10
Damiana no era especialmente bonita pero al decir
de Pedro era gauchita (es decir, complaciente). Dándole el tiempo necesario
para vestirse y maquillarse podía ser llamativa. Cultivaba además el arte de la
conversación, y de haber sabido tocar el shamisen, podría haber aspirado a ser
una geisha. Según Emilia, la única habilidad de Damiana era soplar otros
instrumentos. Damiana no parecía preocuparse de los comentarios de Emilia
porque apenas registraba que existía. No era funcional para ninguno de sus
planes. Pedro era otra cosa. Necesitaba una casa donde parar en Buenos Aires
mientras buscaba trabajo. Los primeros días fueron más o menos llevaderos.
Pedro trataba de disimular el consumo de cocaína, pero de a ratos se ponía muy
paranoico. La tercera vez que despertó a Damiana en medio de la noche para
increparla a los gritos se zarpó y le metió una cachetada. Hasta Damiana tenía
un límite para las humillaciones. Por suerte ya había encontrado un compañero
en el Centro de Lenguas de la UBA, que estaba dispuesto a acogerla.
11
El día del cumpleaños de Javier, Beto se había
encontrado con unos compañeros de Veterinaria que le aseguraron que podían
conseguir algo especial. En el campus de la Católica había un flaco que les
podía franquear el acceso a la farmacia de la facu. Sacaron unos frascos de
anestésico para caballos. La etiqueta tenía una K. Decidieron que probarían que
pasaba si la aspiraban. Beto no era la persona indicada para esa droga. Para
cuando cantaban el Feliz Cumpleaños estaba doblado en dos de la diarrea, tirado
en el piso e hipersalivando. Además tenía la sensación de ver toda la escena
desde un ángulo distinto al que estaba. A la semana decidió dejar la Católica e
irse a seguir veterinaria en Río Cuarto. Le llamó la atención que cerca del
campo donde hacían las prácticas, por la ruta 36, había una clínica
psiquiátrica. A los pocos meses de
instalado, sus nuevos compañeros lo consideraban un tipo recto y estudiante
ejemplar. Una tarde cualquiera le pareció ver un tipo internado que se parecía
mucho a Javier. Le llamó la atención como dos personas que seguramente no
tendrían nada que ver podrían ser casi idénticas.
12
Pedro siguió aspirando hasta que tuvo un brote
sicótico donde Dios en persona se le hizo presente para librarlo de pecado. Lo
recibieron en una iglesia evangélica donde lo hicieron responsable de la
coordinación de los grupos juveniles. Emilia publica bastante seguido. En el
último congreso de la lengua logró darle la mano a Vargas Llosa y sacarse una
foto. Diego sigue gordo. Los alumnos dicen que es un gordo pelotudo pero de a
ratos, piola. Damiana entró a trabajar como secretaria bilingüe en una fábrica
de autos, se embarazó de un ejecutivo casado y logró convertirse en la segunda
esposa. Al año quedó viuda y tiene que compartir la pensión con la primera
esposa y sus hijas. Lina se operó la nariz primero y las tetas después. Igual
dice que no hay hombres que se banquen tanta mujer como es ella. A veces se
pregunta en que punto se desbarrancaron sus planes. El padre de Javier se murió de un infarto.
Por suerte ese día estaba de traje, no de piyama, así que quedó listo para el
cajón. Javier tiene un vivero. Beto está bien. Eso si, no atiende
caballos.
Aterrador relato. Qué escrúpulos.
ResponderEliminarPues, lo hiciste otra vez.
Estimadísimo Scootie: tuve que ponerme a buscar en el diccionario para entender la acepción de escrúpulo en tu comentario. Y una vez que lo entendí no puedo negar que tenés razón.
EliminarYa sé que no es mi estilo, pero ¡cómo me gustaría, por una vez, poder comentarte algo ingenioso! Ante la imposibilidad, lo inevitable: me encantó.
ResponderEliminarGracias Lindon. Cuando nos regala una entrada nueva de su blog?
Eliminar