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Mostrando entradas de agosto, 2014

La novia del guerrero (20)

—Esto no es un club. —Ya me había dado cuenta. No soy tonta. —No me entendés, lo que te quiero decir es que no cualquiera entra en la agrupación. Con buenas intenciones no alcanza. —¿Y qué tendría que demostrarles? —Conocimiento para entender la realidad social y compromiso para transformarla. Liliana no contestó. Si hubiera podido, si se hubiera animado, le hubiera dicho al Renguito que el único compromiso al que ella aspiraba era el que se realizaba con un par de anillos, un novio, familia y amigos; pero ya le había escuchado alguna vez al Rengo, decir que que el matrimonio era una institución burguesa. Liliana no entendía muy bien que significaba eso, pero si lo decía el Rengo… Dejó que el silencio se extendiera unos segundos más y después dijo: —¿Entonces como hacemos? —Bueno, la agrupación dicta unos cursos de formación política. Tendrías que asistir. —¡Barbaro! ¿Cuándo empezamos? —No es así de fácil. Yo te aviso si podés ir. Liliana estaba asombrada de lo que había he

La novia del guerrero (19)

La segunda visita a barrio San Vicente había sido aún menos satisfactoria que la primera. Monti la había recibido envuelta en una robe de chambre de plush rosa que a Liliana le hizo recordar  tiendas desaparecidas hacía tiempo, como "Rosemary" o "Heredia Funcional". Lugares que su madre calificaba como "mersa". Además, Monti insistió en ofrecerle mate. Educadamente le contestó que no, pero esta vez no hubo oferta de té, o alguna otra alternativa. La conversación fue ríspida. A pesar de los modales edulcorados, Liliana notaba  la desconfianza de Monti. Podía leerla en sus gestos, en las pausas, en la forma deferente de objetar. No parecía agresiva, pero lo era de una manera sutil. La obligaba a revisar una y otra vez la secuencia de sus acciones: —¿Estás segura? —¿Cuándo fue que conociste a Fabio Ramirez? —Sin embargo Ana Ramirez cree que eso no pasó, o que no pasó en el 75... —Pero en ese momento, ¿vos estabas de novia con César Carlos? —Repetime por

La novia del guerrero (18)

De un año al otro habían cambiado muchas cosas. Las reuniones para fumar en la esquina se habían hecho cada vez más espaciadas hasta casi desaparecer. Liliana ya no encontraba emocionante dejar el cigarrillo colgando del labio. Tampoco le parecía una prueba de madurez, es más, le parecía el colmo de lo adolescente; y ella se consideraba por encima de esa etapa. Fogoneada por el interés en llamar la atención del Rengo, había decidido fortalecer su formación política. Al comienzo estaba un poco despistada, pero le daba vergüenza preguntarle a César Carlos por donde empezar. Pretendía presentarse ante él como una mujer con opinión, no como una nenita. Trató de comenzar por lo elemental, frecuentando la casa de Raquel. De la conversación que su amiga había tenido con la madre del Rengo, delante de la biblioteca, había podido saber que tenían muchos libros en común. Raquel miraba a su amiga con una curiosidad no desprovista de sorna. La veía como una mascota tratando de hacer pruebas.

La novia del guerrero (17)

Dejó  que el timbre del teléfono fijo sonara, con la esperanza de que, quien fuera que llamara, se hartara y colgara. Pero como siguió más allá del límite de su paciencia, finalmente atendió. —Hola. —¿Hablo con Liliana Petrini? —Si. ¿Quién habla? —Irina Monti. Yo estuve con vos… —Me acuerdo. —Perdón, ¿te hablo en un mal momento? —Para nada. ¿Por qué lo decís? —Bueno, tardaste mucho en atender. Ya casi colgaba. Además saludaste un poco parca. —No. —Bueno, ¿puedo hacerte unas consultas? —Me parece que en la entrevista te conté todo lo que necesitabas. —Bueno, si… pero…, me gustaría cotejar algunos detalles; porque a veces hay diferencias en  las versiones. —¿Qué? ¿Alguien te dijo que mentí? —No, para nada. Como voy a decir eso. Lo  que pasa es que… —Mirá, la Susy no se enteraba de nada porque vivía y vive en su nube de pedos, así que deberías dudar de ella, no de mi. —Si estás hablando de Susan Greenfield, te aclaro que ni llegué a hablar con ella porque

La novia del guerrero (16)

Aunque Madame Berazategui era joven, para Liliana era “esa vieja de francés”. La había visto por primera vez durante los últimos días de clase del año anterior. Según le comentaron, había sido designada para reemplazar a Monsieur Gómez, ya que finalmente al viejo le había salido la jubilación. En realidad, los primeros en detectar la presencia de la nueva docente fueron los varones. Madame debía tener unos veinticuatro años, y físicamente recordaba un poco a Chunchuna Villafañe. Es más, alguno de los muchachos de quinto año se había atrevido a decirle aquel latiguillo de las publicidades de Sylvapen ( fammi guau ); lo que terminó con una fuerte demostración de temperamento por parte de Madame , y cinco amonestaciones para el ocurrente. Liliana ya estaba anoticiada  de eso cuando tuvo el encontronazo. Como en todos los principios de año, la primera semana de clases era ocupada por chicos y chicas en conversar sobre las vacaciones. Liliana estaba ansiosa por relatar la versión que habí